Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL

Reconocimiento Nacional a GACETA VIRTUAL
Feria del Libro Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Año 2012

Rediseñada para ofrecer una mayor difusión de la escritura en castellano.

Dirección: Norma Segades - Manias
directoragaceta@gmail.com
GACETA LITERARIA Nº 75– Febrero de 2013– Año VII – Nº 2


Imágenes: Beautiful World

PÁGINA 1 – REFLEXIONES

EDUARDO GALEANO
(Montevideo-Uruguay)

LA HISTORIA QUE PUDO SER

Cristóbal Colón no consiguió descubrir América, porque no tenía visa y ni siquiera tenía pasaporte.
A Pedro Alvares Cabral le prohibieron desembarcar en Brasil, porque podía contagiar la viruela, el sarampión, la gripe y otras pestes desconocidas en el país.
Hernán Cortés y Francisco Pizarro se quedaron con las ganas de conquistar México y Perú, porque carecían de permiso de trabajo.
Pedro de Alvarado rebotó en Guatemala y Pedro de Valdivia no pudo entrar en Chile, porque no llevaban certificados policiales de buena conducta.
Los peregrinos del Mayflower fueron devueltos a la mar, porque en las costas de Massachusetts no había cuotas abiertas de inmigración.




PÁGINA 2 – CUENTO

CARMEN ROSA BARRERE.
(Posadas-Misiones-Argentina)

EPIFANIA                          

            Es una fracción de tiempo.  Segundos, tal vez. ¿O serán horas?  Floto livianamente sobre relieves confusos.  Los entreveo a través de una telaraña.  Están debajo de mi cuerpo extendido en mi metro setenta.  Mis brazos abiertos dentro de las mangas infladas de mi campera de nylon.  Tengo una certeza: me dirijo a alguna parte.  Ignoro adónde ni porqué.
            La ingravidez viene acompañada de un infinito sosiego en ese balanceo de pájaros, escasa la conciencia, aunque una parte de mí sigue aferrada al suelo.
            Boca abajo, percibo el lento despertar de mis sentidos.   No los conocidos sentidos de siempre.  Otros.  Más definidos, más intuitivos, más brillantes.  Con los resplandores luminosos que busqué y rebusqué para mis pinturas sin lograrla.
            El piso próximo es de un grisáceo sucio, desparejo y hostil.  Los manchones de sangre empiezan a cubrirse de una fina telita contenedora por efecto del viento y del sol.  Mi olfato rechaza un fuerte hedor a heces humanas.  En los rincones, asustados, se refugiaron los gritos de auxilio.  Las pisadas de los que huyeron dejaron dolorosos rastros rojizos sobre los caminos   Los insultos soeces repican como campanazos de dolor junto al eco de las armas de fuego bajo el zinc del techo. Huérfanos, los casquillos se mezclan con puchos, papeles y escupitajos verdes.  Las pancartas laboriosas, pidiendo trabajo y pan, arrugadas y sin oficio han sido pateadas por los uniformados que representan la ley. ¡Qué ironía!  En la inocencia del papel, nosotros clamábamos por la ley.  Nos atacó esta otra, agazapada en guerreras de botones dorados.
            Como un clarividente con conciencia ampliada, de pronto los descubro  y me reconozco. Somos tres. Desarticulada como una muñeca vieja, los sesos de Mabel salen del matorral de pelos enrulados — en hilitos oscuros —, obstinados hacia el nivel más bajo.  Estalagmitas del horror.
            Mi visión panorámica descubre a José.  Acurrucado como un feto.  Un nonato expulsado del vientre, desamparado para la saña ciega.
            — Vayan  ustedes — decía mezclando harina y agua. — Yo los espero con el pan calentito.
              Lo convencimos.  Estuvo paso a paso al lado mío.
              José.  El que rechazaba el plato de la olla popular cuando a último momento se presentaba alguien más hambriento.  José, el artesano de los hornos de barro para cocinar el pan del pobrerío.
            José, el filósofo paciente.  El que confiaba en el renombrado Comisionado.  Aparecería con maestros.  Aprenderíamos a armar cooperativitas barriales de ocho o diez manzanas.  Nos traerían semillas y herramientas.  Llegaría después un camión con una vaca, dos cerdos y gallinas, para unir a  hombres, mujeres y niños en una siembra de hileras parejitas.  Los corrales tendrían alambrados.  Agua corriente y postes para luz.  La responsabilidad conjunta nos devolvería la dignidad perdida.
            Su visión se agigantaba.  Fábricas abiertas,  escuelas remozadas y hospitales humanizados.  Si alguien se burlaba — no pocos —, el insistía:
            — Un hombre sin sueños no merece vivir —.  Afirmación que repetía una y otra vez.
            Me detengo en mi propio cuerpo.  Una bala me quebró la espalda.  Doblado fui cayendo hacia  abajo.  Al milico que me reventó las manos con la bota le caía una baba espesa, de odio.  Resentimiento de pobre contra pobre.  Inexcusable pero posible cuando el uniformado se siente más rudo arengado por sus amigos, pertrechado en el arma y la placa.
— Negro de mierda. —  Andá a pintar el culo de tu madre
Ahora veo mi mano.  Mi mano que ambicionada pintar.   Pintar de veras, tal vez como Picasso.  Una bolsa sangrienta llena de huesos rotos.  La observo como ni no fuera mi mano ni el cuerpo fuera el mío.  Flotando, mi columna está sana y mi mano entera.  Sin dolor alguno.  Sin pesares.  Y sin odio.
            Una claridad inmensa como un mar me envuelve.  Entiendo que José no está solo.  Lo rodean sus proyecciones humanitarias en una red cálida de puro amor.  Mabel sonríe desde sus dientes de grano de maíz.  No lleva blue jeans. Un ropaje de gasas vaporosas la envuelve graciosamente, mientras asciende, empinada en un pie.  Quería estudiar baile.  Hoy es su debut. Jamás tendrá ni público ni aplausos.
            Diminutas escamas luminosas caen en mi pelo encaneciéndolo.  Resbalan por el pabellón de mis orejas, bañan mi cara.  Mi olfato de reptil antiguo, alerta, huele a hierbas, a lilas y a pasto recién segado.  Mis códigos han sido cambiados como en una película extraña, sicodélica.
            Poseo certidumbres nuevas: si me dejo llevar por esta corriente de energía, se cortará definitivamente el hilo invisible que amarra mi cuerpo al mugriento y frío cemento gris del suelo.
            Estaré lejos de la trágica realidad de nuestras vidas.  Los que ya caímos y los que huyeron, marcados para ejecuciones próximas.  La película es una revelación.  Mi revelación personal. La epifanía propia del que parte, capacitado para entrever una visión fabulosa de lo por venir. Me dirijo hacia un lugar azul.  Me desprendo de la brutalidad obscena y del dolor, como quien arroja ropa sucia.
            Pita lejanamente un tren.  La multitud desafiante grita: ¡Viva la Patria!  En sordina, desde la lejanía lo último que escucho son los talones de miles, que corren hacia el puente.
           
El hilo acaba de cortarse.  Allá voy.  Conozco mi destino: Libre.  Feliz. 
En absoluta paz.



PÁGINA 3 – NUESTRA POESÍA

ARIEL GIACARDI
(Santa Fe-Argentina)

POR UNA SOLA VEZ

La poesía no está en primera plana,
casi nunca es noticia
porque
claro
no estalla,
no malnutre,
no agoniza en urgentes hospitales
ni lucra con los órganos de nadie,
no amanece sangrando,
no asesina,
no se roba un millón,
no se postula
a la vice vergüenza,
no protesta
cuando un golpe de pan exasperado
nos conmueve las vísceras.
La poesía no está en ninguna tapa
porque no tiene senos como nardos
ni se pone vestidos espantosos
(pero eso sí: carísimos)
y desde luego nunca estuvo en Botnia
viendo caer la tarde
pero muerta
sobre un lecho de uñas como esquirlas.
Tampoco se parece a los ministros
ni a los embajadores del ocaso,
no vende sueños,
no regala nada,
no está bajo sospecha,
no compra su albedrío,
no le arranca la venda a la justicia.
Pero sería hermoso abrir el diario
y enterarse de que
en alguna parte
ha hecho impacto el misil de una metáfora
conmocionando el talle de la inercia;
sería todo un vínculo
que nos matara un golpe de elegía;
escuchar en la radio que el gobierno
de un país sin cesuras militares
invade a su vecino poco clásico
con acentos internos,
sinalefas de salva,
con el vuelo rasante de una lira.
Sería, digo, todo un precedente
asustar con una oda,
con el ojo parcial de alguna elipsis,
con la nariz de un verso
a los cronistas,
que marcharan de a ocho los soldados
a paso de romance,
por calles de papel, con una endecha
y un ex libris de viento por insignia.
Sería todo un cambio de estrategia
llorar con veinte lágrimas pareadas,
estornudar un juicio consonante
sobre el arte mayor de tus caderas
y que a nadie le importe
lo que diga la crítica,
y ver a los campeones de la usura
por una sola vez
(y por ejemplo)
por una sola vez
contando sílabas.




PÁGINA 4 – ENSAYO

SILVIA DELGADO FUENTES
(Sopelana-Euskal Herria)

TAMBIÈN NOSOTRAS

También nosotras vemos los cadáveres insepultos, también a nosotras nos arde la sangre, se nos envenena, cuando la tortura, cuando las cárceles, cuando se pudren los pueblos y los ríos se mueren y se crucifican las libertades.
También nosotras repartimos porciones de esperanza y no admitimos limosna.
También nosotras nacimos de la tierra y sentimos su pálpito en nuestro vientre. También nosotras llevamos los nombres a cuestas y pedimos las cuentas claras y tenemos marcas de vidas violentas y nos abrimos las venas y pasamos sed y hambre.
También nosotras salimos a preguntar si los han visto.
También a nosotras se nos agostaron los sueños y tuvimos que parirlos de nuevo una y otra vez hasta morirnos.
También nosotras llevamos canciones en los labios y nos cuelga la tristeza por los cuatro costados pero aún así continuamos luchando.
También nosotras vivimos en este reino de cebolla y crimen y letargos y nuestras casas también son humilladas y nuestros cielos se vacían de pájaros y nuestras noches también destilan el horror de los puñales.
También profanan nuestros lechos y nos machacan los huesos.
También a nosotras.
También nosotras cruzamos la larga noche de la historia y amamantamos los hijos y buscamos a tientas los paraísos.
También nosotras vivimos entre harapos, entre escombros, al borde, en el abismo.

También nosotras
Entonces, ¿por qué?, ¿ por qué, la memoria nos pasa de largo?, ¿por qué? ¿por  qué llevamos siglos escuchando el mismo estribillo?, ¿es que nadie oye lo que decimos?, ¿lo que dijimos?
¿Cuándo se darán cuenta que el “HOMBRE” ha muerto y es preciso reinventarlo, hacerlo de nuevo, sin defensas, con solo ternura?, ¿con sólo corazón por toda idea?, ¿cuándo bajarán la guardia y vendrán a nuestras casas limpios, sin sus razones, sin sus dogmas, sin sus denteras?, ¿Cuándo?, ¿Cuándo, maldita sea, será verdad que en medio de tanto ruido revienta el grito del hombre nuevo que al fin ha sido parido?




PÁGINA 5 – CUENTO

MÓNICA RUSSOMANNO
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

LAS CUIDADORAS

     La tía Pepa se murió, y parece que no hay mucho que decir al respecto.

     Hablamos sobre su coraje para afrontar la ceguera, la soledad, la muerte de los que amaba. Nos maravillamos de su valentía, y más que nada porque no hizo nada extraordinario, salvo la pequeña faena de estar a la altura de los acontecimientos, tan poco y tanto, como ser una persona común en un universo ordenado y regido por la lealtad y lo honorable.

     Hizo la tía Pepa lo que cualquier hijo de vecino haría en esas situaciones en las que se obstina en colocarnos la vida. Regordeta y bajita, se empeñó en no dejar abandonados a su suerte a los que necesitaban un lugar donde recuperarse de una catástrofe. Y no era rica la tía Pepa. No enviaba un sobre con dinero ni un lacayo con orden de ponerse al servicio de la hermana enferma. Ponía su trabajo, su cariño, su cuerpo.

     Una persona, como digo, ordinaria en un universo que responda a un ordenamiento moral de los aconteceres. En este lugar imaginario, la tía cuidadora de todos y ocupada su entera vida en sostener manos y acariciar mejillas, en este lugar de leche y miel debiese, la tía Pepa, haber muerto entre cálidas lágrimas y temblorosas sonrisas.

     La tía, en cambio, murió en una terapia intensiva, sin poder retornar a su San Cristóbal natal, con sus hijos uno muerto y el otro atrapado por la frontera de Estados Unidos que es lo mismo que estar muerto pero más ignominioso.

     Murió lejos de su tierra natal, estragada por la imposibilidad de ayudarla de los que en otro tiempo recibieron sus cuidados. Y es que no hubo una cuenta que deje a tablas la relación entre debes y haberes. En esa cama de terapia, atendida por personas a las cuales no les concernía y no conocían su historia, sobreviviendo diez atroces días al momento en que por piedad hubiese debido dejar de respirar y latir para el dolor, la tía Pepa no obtuvo lo que por justicia hubiese merecido.

     Y es que las cuidadoras no siempre son cuidadas. Y es que no siempre el bien halla su recompensa, y es que el universo suele mostrarnos que carece de rostro.

     Gabriela, cuidadora ella también, pequeña y toda sonrisa y rulos alborotados. Gabriela sufrió doblemente por la muerte de su tía y porque se sintió traidora. No pudo ordenar el universo para ella. Falló.

     Gabriela, cuidadora ella también, no pudo esta vez remendar el saco con un desgarrón, podar el arbusto con ramas secas, dibujar con su voz las letras que se  le van borrando a Alfredo, torcer la realidad con tenazas.

     Y es así, esta raza de mujercitas esperanzadas lucha cada día contra el caos e intentan dar un orden moral a los hechos que irremediablemente doblegan, rompen, desarman. Ellas se baten a duelo con la injusticia, armadas con sus ollas y sus bolsas de agua caliente. No se dan cuenta de que jamás son vencidas, porque la derrota es lo inevitable como inevitable es la muerte, pero con sólo su voluntad de presentar batalla hacen de este mundo un sitio más soportable.  




PÁGINA 6 – NUESTRA POESÍA

GREGORIO ECHEVERRÍA
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

FUNDACIÓN

Instituyo soles con retazos de sueños y con irreverencia
desestimo las ventajas del interés compuesto. Excluyo
de mi agenda el puré de zapallo y los sicoanalistas,
porque a veces es jueves o domingo y resucito;
pero tampoco entiendo mucho de música electrónica
y en cambio me seducen las palomas albinas
o una violenta comezón de chamarritas.
Tantas veces me acomete una mañana sospechoso de rocío
avizorando gorriones en desuso; a barlovento de mi sangre
crece el espesor de un cuervo, una revuelta historia
de adulterios amanece y un desplegado informe hablaba
de neblinas. Escucho. Una densidad mercurial me sobrepasa.
Padezco como el rescoldo de un temblor oscuro, un bronce
con la renuente irrealidad del ámbar. Un fantasma
cuyas edulcoradas etiquetas fugazmente determinan
el confin de los venenos. Hay puerto y nube y sol en instalados
horizontes de metal y hay muertes. Aborrezco los raídos sones
de la trompeta, sus marciales intentos. Las insignias.
Y no comprendo bien el llanto monocorde de los esponsales
ni las risitas de los velatorios. Pronuncio catedrales
y con cadencia delimito todo acontecimiento
que no me represente. Digo mañana y un alquitrán oblicuo
se enarbola. La clepsidra porfía que es de noche todavía.
La decapito con el damasco primordial del verso.
Esa cáfila de smoking negro y attaché de acero (samsonite
si viene al caso) rasga sus vestiduras con cuidado
de no arrugarse. Bajo cera de innúmeros cadáveres obliteran
sus oídos. Es inútil. Estoy trepando al fresno. Yggdrasil
con parsimonia contabiliza el mediodía.
Sonrío y los portafolios palidecen. Estoy a punto de nacer.
Acude un grito.




PÁGINA 7 – ENSAYO

ALFREDO DI BERNARDO
(Santa Fe-Argentina)

ESA ÍNTIMA DESOLACIÓN

La chica rubia tenía 27 años (igual que Janis, igual que Amy, salvando las amplias distancias). Era modelo, conductora de televisión y aspiraba a ser periodista. Tenía uno de esos rostros sugerentes tan requeridos por los publicistas y un cuerpo perfectamente ajustado a las estrictas leyes que rigen el mundo de la moda. La mujer negra tenía 48 años, era cantante, compositora y, en menor medida, actriz. Tenía (o había tenido) una voz extraordinaria. Su cara ya no exhibía la belleza poseída en la juventud pero entre las evidencias del deterioro era posible vislumbrar todavía cierto centelleo de su antiguo esplendor.

La carrera de la chica rubia estaba en pleno ascenso. Se había hecho famosa a los 17, al ganar un reality-show y, si bien el modelaje continuaba siendo su actividad central, había estudiado Comunicación Social con miras a un futuro diferente que, según quienes la conocían, se le presentaba promisorio. La carrera de la mujer negra, en cambio, estaba en decadencia. La acumulación de Grammys y discos de platino, el ingreso al Libro Guinness por causa de sus 170 millones de discos vendidos, eran hitos de un fenómeno ocurrido veinte años atrás. El pico de popularidad y el suceso mayúsculo habían quedado a sus espaldas, y le estaba costando demasiado competir contra un pasado nutrido de gloria.

La chica rubia necesitaba consumir drogas, alcohol y psicofármacos para sobrellevar lo cotidiano, o para cumplir con la letra chica del contrato de la fama, o para controlar sus demonios interiores, o para todo eso junto, quién puede saberlo. La mujer negra, también.

La chica rubia de nombre floral y la mujer negra con apellido de ciudad texana murieron de la misma forma, de la misma absurda forma, con una diferencia de sólo diez días entre sí.

Apenas se supo la noticia, se puso en marcha el previsible circo macabro que rodea la muerte de las celebridades. La foto del cadáver de la chica rubia fue exhibida sin ningún pudor en una revista, y la edición de la revista se agotó en 24 horas. Diez pisos más arriba de la habitación donde encontraron muerta a la mujer negra, hubo una fiesta esa noche, la fiesta a la que ella estaba invitada y a la que no pudo asistir. Entre champagne, reflectores y mucho glamour, sus colegas la recordaron con gran emoción. “Show must go on”, ¿no es cierto, Freddie?

Toda muerte temprana, se sabe, provoca mayor consternación de la habitual. Pero cuando esa muerte precoz viene asociada a la belleza o al talento conmociona mucho más, se vuelve casi obscena. ¿Qué tiene que hacer una palabra tan horrenda como “inhumación” al lado de la imagen sensual de una jovencita sonriente? ¿Cómo puede caber el adjetivo “ahogada” aplicado a una mujer cuya voz tenía la facultad de conmover a quien la escuchara? Y si además esa muerte apresurada sobreviene por los excesos propios de quienes la terminan padeciendo, si es la consecuencia casi inevitable de un suicidio financiado en cuotas, la desazón se multiplica. Frente a las falsas moralinas de dedos acusadores y las declaraciones de mal gusto, frente al vampirismo oportunista y la filosofía de velorio, lo que cuenta y queda, finalmente, es la triste certidumbre del desperdicio irremediable.

La chica rubia y la mujer negra, cada una a su escala, tenían todo aquello que al público le resulta deseable, habían alcanzado todo eso que en nuestra sociedad suele llamarse éxito. Entonces, los que transitamos la existencia sin mayores brillos, alejados de todo estrellato, los que espiamos el universo VIP desde afuera como una meta siempre envidiable, no logramos comprender por qué no pudieron ser felices. Su muerte nos confunde. Nos cuesta aceptar la presencia de esa íntima desolación que yace bajo las máscaras de la fama, dar por cierto ese vacío amenazante cuyo acoso se pretende mitigar en la bañera.

Tal vez deberíamos invertir la perspectiva. Revalorizar esta vida nuestra de cada día, tan subestimada por falta de micrófonos y cámaras que la enmarquen. Redescubrir lo que esta rutina aparentemente tan insulsa guarda de envidiable, incluso para quienes habitan el mundo VIP. Acaso así, impensadamente, descubramos asombrados –vaya paradoja- cuán exitosa puede ser la vida de los que no tenemos éxito.




PÁGINA 8 – CUENTO

NORTON CONTRERAS ROBLEDO
(Malmö- Skåne -Suecia)

ANA, ENGRIPADA Y MELANCÓLICA

Se inclinó en su lecho de enferma y haciendo un esfuerzo miró a través de los ventanales de su habitación. El parque quedaba justo enfrente de su dormitorio. - Hace un lindo día -, pensó mientras miraba a los niños jugar y correr por el parque. No pudo dejar de pensar con tristeza que hubo un tiempo en que ella también fue niña y jugaba y corría en ese mismo parque, entonces sintió como la nostalgia abrazaba su alma y la escuchó susurrarle al oído las palabras de los tiempos idos. Recordó su niñez, a sus padres y a sus amigos. Recordó su juventud, su primer ligue, su primer beso, y a su primer novio. Recordó el día que conoció al que sería su marido y los años felices junto a él. No pudo evitar que los recuerdos tocaran su piel y su alma y sin proponérselo ni pensarlo sintió como sus ojos se nublaban y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. - Debe ser que me estoy haciendo vieja - o a lo mejor es la gripe -se dijo a sí misma mientras se levantaba lenta y dificultosamente de la cama.

Hacía unos días que no se sentía bien, había hablado con su hija por teléfono y esta decidió visitarla. Su madre estaba en su habitación. Se acercó a ella, notó el calor de la fiebre, alarmada llamó al doctor. El médico fue a verlas, examinó detenidamente a la enferma, puso su mano en la frente, le tomó el pulso, la tensión, le miró la garganta, le puso el termómetro. Cuando terminó el examen les dirigió una mirada tranquilizadora – No es nada grave, tiene usted gripe, con estos medicamentos que su hija comprará pronto estará bien-.

Los primeros días lo pasó muy mal, alta temperatura y escalofríos, su hija iba después del trabajo y se quedaba por la noche cuidándola.

No dormí mucho esos primeros días porque mi madre me despertaba "Encarnación, cúbreme que tengo frio”, yo la cubría y me volvía acostar, trataba de conciliar el sueño, cuando lo lograba oía la voz de mi madre "Encarnación, destápame que tengo calor" y así fueron las primeras noches. Por las mañanas andaba todo el día con sueño. Menos mal que ahora ya se le fue la gripe.




PÁGINA 9 – POESÍA ARGENTINA

ALFREDO LUNA
(Catamarca-Argentina)

EL SILENCIO LATE COMO PIEDRA CONVULSA

A Lucía Carmona

en la Poesía, montaña ondulante,
algo es posible;
pero la lengua es el cuchillo de lo que no puede decir.

como un errante escalofrío
el lenguaje cristaliza.

cuánto debo morir, entonces,
para que suceda el poema?

COMO LOS ÁRBOLES, NO PODEMOS HUIR

ese tiempo, cuando tu cuerpo era
una tempestad espléndida de proezas fabulosas,
no pude resistir la tentación de mirar el universo
con ojos de árbol y nube: me colma
la embriaguez de esos días demorados.

yo, diosa en trance, persisto
implorando pan y socorro
Tú, a lo lejos, eres la parte más sombría de mi fe.

DIGNIDAD EN PRESENTE DE INDICATIVO

la sorda estampida de un galope
y el último relincho de aire anuncian el desastre:
hay que calzarse los guantes para no tocar el miedo;
en la epidermis, -arcaica entretela del goce-,
suturar este torrente de óxido que se cuaja en las arterias;
amarrar los fluidos fosforescentes
con esta ración de dolor imperdonable
que la noche dará de comer a los microbios:
rotular su nombre para que nadie
confunda la íntima dimensión de la derrota
disimular esta lejía de lágrimas desobedientes
que buscan asilo en otro mundo,
controlar las inútiles pertenencias en disputa;
registrar la degradación, retirarse hasta que la liturgia se repita.

LA SANGRE, COMARCA DE REVELACIONES

no acierto con la extremada plenitud de la agonía
que me condena a la paciencia: lazarillo impávido
voy ladero de la muerte al borde del barranco de tu cama:
mi fe avanza impune por todos los rituales
y se evapora como caldo envenenado.

entonces, cuál es nuestra grandeza, Señor?
cuál es la Tuya?
lo peor es no morir ahora
no todavía.

SI LAS SOMBRAS SE DEVORAN, NO HACEN LUZ

una jungla de palabras vibran indignadas
fraguan en mis pupilas para fugarse:
me empeño en rugir el aire de las cosas.
no seré dueño de mis ojos
hasta que no diga.

la noche me punza. tengo miedo de que mi voz
se pudra




PÁGINA 10 – ENSAYO

FERNANDO SORRENTINO
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Argentina)

VEROSIMILITUD LITERARIA O ACADEMICISMO GRAMATICAL

En 1871 Juan María Gutiérrez publicó en la Revista del Río de la Plata el relato “El matadero”, de Esteban Echeverría, que había hallado entre los papeles no publicados del autor, fallecido en 1851. Aunque no se conoce la fecha exacta de redacción, suele datársela entre 1838 y 1840.

Don Rafael Alberto Arrieta (Historia de la literatura argentina, Buenos Aires, Peuser, 1958, tomo II, pág. 91) opinó sobre “El matadero”:

Ninguna [otra obra] del autor la supera en nada. Las figuras inconfundibles y la acción animadísima; las viñetas ricas en detalles y de incisión precisa; los diálogos y el vocabulario de insustituible eficacia; la distribución y la gradación de los elementos, acumulados por una observación minuciosa y extensa, que desemboca en el desenlace involuntario de una farsa trágica entre sanguinarios habituales; todo, por cierto, revela una realización meditada y retocada a la que el propósito político debió de conferir alcance de ejemplaridad.

Sí, con certeza, y tal como afirma, don Rafael, “El matadero” es lo mejor que ha escrito Echeverría, y —agrego yo— supera con holgura los intentos narrativos de sus contemporáneos, sin excluir la Amalia de Mármol.

No obstante, siempre me ha llamado la atención que Echeverría, después de trazar con tanto realismo y vigor el cuadro sórdido del matadero del Alto, sucumbiera al academicismo de enmendar el habla de sus personajes.

Admitamos —con cierto esfuerzo— que el joven héroe unitario, en virtud de la educación que Echeverría le atribuye, emplee el tú y su plural vosotros:
Sin embargo, la primera vez que habla utiliza ustedes como plural de tú:

—¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí?

Un poco más avanzado el relato, vemos que, sin duda, utiliza el tú:

—Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame.

Y casi en seguida recurre al pronombre plural de la conjugación de España:

—La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres.

Veamos ahora el lenguaje que gastan los “infames sayones”, los “carniceros degolladores del matadero”:

—¿No le ven la patilla en forma de U? [utilizan ustedes como pronombre de segunda persona del plural].

—¿A que no te le animas, Matasiete? [en apariencia, emplea el tú; y digo en apariencia, porque en aquella época no había mayor puntillosidad en aplicar o no aplicar las tildes que, en este caso (animas / animás), es lo único que nos permite saber con precisión si el personaje está hablando de tú o de vos; lo mismo ocurre con un pasaje anterior, cuando, ante el inglés caído en el barro, exclaman: “Se amoló el gringo; levántate (¿o levantate?), gringo”].

Pero la incertidumbre se disipa pronto. En efecto, el sayón, carnicero y degollador habla con esta meritoria pulcritud:

—Degüéllalo, Matasiete; quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como al toro.
Lo cual no impide que al singular tú de los españoles los carniceros lo mezclen con el plural ustedes de los argentinos:

—No, no lo degüellen [...].
—Preparen la mazorca y las tijeras [...].

Sin embargo, los sayones vuelven en seguida a sus maneras escolares:

—A ti te toca la resbalosa [¿no diría refalosa, como se ve en Ascasubi y como, desde siempre, dicen los muchachos del barrio?].
—[...] No hay que encolerizarse [¿no diría, más bien, enojarse?].
—¿Tiemblas?
—¿Por qué no traes divisa?
—¿No sabes que lo manda el Restaurador?
—¿No temes que el tigre te despedace?
Etcétera, etcétera.

En resumen: 1) el unitario (“de gallarda y bien apuesta persona”, “hombre decente y de corazón bien puesto”, “hombre ilustrado, amigo de las luces y de la libertad”) emplea sistemáticamente el tú cuando se dirige a un interlocutor en singular y vacila entre el vosotros y el ustedes cuando se dirige a un interlocutor en plural; 2) los carniceros (“dogos de matadero”) emplean sistemáticamente el tú cuando se dirigen a un interlocutor en singular y emplean sistemáticamente el ustedes cuando se dirigen a un interlocutor en plural.

De aquí podemos arribar a la lícita conclusión de que, en realidad, los “incultos” federales hablaban con más coherencia gramatical que el “culto” unitario. Esto, desde luego, es lo que se infiere del texto de Echeverría, a quien, sin duda, le hubiera encantado probar lo contrario.

Estos desajustes del habla —que no son menores—, unidos al exceso de énfasis propio del romanticismo (“horror”, “atónitos semblantes”, “infernal”, “bufido aterrador”, “impresión subitánea”, “voz preñada de indignación”, “pálido y amoratado rostro”, “labio trémulo”, “movimiento convulsivo”, “ojos de fuego”, “latido violento”, “respiración anhelante”, etcétera), contaminan de inverosimilitud los tramos finales del relato.

Es probable que lo mejor de él esté en las páginas iniciales, en las que participan la narración realista y la descripción costumbrista.

Por otra parte, es curioso que Echeverría, llevado de una suerte de prejuicio normativo, no se haya dado cuenta de que, de intentar imitar el habla de los matarifes y de no haber tenido miedo de utilizar el vos, habría ganado en expresividad, en fuerza, en calidad literaria.

Comparemos, si no, las insulsas expresiones anteriores con el apóstrofe —el vos pletórico de reciedumbre, el violentamente arcaico matastes— con que, unas tres décadas más tarde (I, ix, 1872), saluda a Martín Fierro un soldado “cualquiera” de la partida:

“Vos sos un gaucho matrero”,
dijo uno, haciéndose el güeno.
“Vos matastes un moreno
y otro en una pulpería,
y aquí está la polecía
que viene a ajustar tus cuentas;
te va a alzar por las cuarenta
si te resistís hoy día”.

A lo que Martín Fierro, tal como corresponde al sentido común y a la eficacia literaria, contesta empleando el ustedes:

“No me vengan”, contesté,
“con relación de dijuntos;
esos son otros asuntos;
vean si me pueden llevar,
que yo no me he de entregar,
aunque vengan todos juntos”.

No es la única razón para explicar por qué un narrador es superior a otro. Pero es una razón significativa, que forma parte de razones más generales, a menudo emparentadas con el buen tino y con la intuición artística.




PÁGINA 11 – CUENTO

PASTOR AGUIAR
(Matanzas-Cuba)

Era una sierra de abrir cráneos, de esas que oscilan a enormes velocidades.

Lo supe de inmediato porque yo fui médico forense y tuve que asistir a innumerables necropsias. Algunas veces había manipulado la sierra imaginándola gato tembloroso a punto de escapar, olido el polvo caliente de los huesos.

Ahora estaban apretando una sierra como aquellas contra mi pecho. No sabían que sólo corta en lo firme; pero el terror de todas formas, la insoportable sensación de que me masticaban la piel, de que en un rato, si erosionaba lo suficiente, podía llegar al esternón y entonces sí, el baúl abierto llenándose de sangre, los pulmones implotando, el corazón caballo en epilepsia.

Más horrible aún no poder moverme, ni gritar; de seguro hubiera dado un grito terremótico hasta borrarlos del mapa.

No eran ataduras físicas, al menos no imaginaba cuerdas en las muñecas ni otra cosa que el pecho, pecho y sensaciones de dos o tres sujetos empeñados en desmenuzarme.

Por qué no usaban un cuchillo, por qué no me degollaban para después terminar su tarea tranquilamente.

El sentido de la visión no estuvo en mis cálculos, no había otro entorno que el pecho, oleaje encasquillado, y el miedo como una hormona viva.

Pensé que alguien llegaría en mi auxilio, quizás el equipo de levantamiento de pesas del preuniversitario, Mejías, Brutau; o los vecinos de lucha libre, separados por la calle 184, tan amigos.

Pero por dónde iban a llegar a un sitio sin coordenadas, al magma sin contornos de mi cerebro.

Hubo un momento en que supuse la playita cercana al comedor de la escuela, las muchachas de gimnasia moderna con sus bikinis de adivina lo que escondo. Si lograba visualizarlas, saber el nombre de cada nalgatorio, ya no sierra, no yo abierto como una res de sombras.

Sin embargo no había antes ni después. Siempre la hoja mordedura con sus tres mil oscilaciones por segundo, un segundo interminable.

Sabía de antemano que no iba a morirme. Iba a ser como la vez del naufragio en la laguna de Asiento Viejo y el cocodrilo tragándome, o la otra de la caída al vacío, ciudad tras ciudad incrustada en la pared de rocas y yo cayendo algodonoso, voceando pájaros sin alas, ajeno a los arribas y los abajos.

Lo peor era no morirse, porque de seguro estaba en el infierno, y cuáles atrocidades tendría que pagar.

Y qué tal si olvidaba la sierra humeante. Qué tal a acaballo rumbo al río, al galope entre los cañaverales aprovechando que nadie podía verme y correr con el chisme a mi madre.

Lo intenté, sin embargo el caballo estaba tieso con el bozal que yo mismo había olvidado quitarle, asfixiado por culpa mía, y los buitres sacándole los ojos.

De repente localicé mi cabeza e intenté zarandearla. Al inicio era una montaña, pero fui dándole impulso a uno y otro lado, sintiéndome la boca abierta, el grito en el gatillo. Me costaba mucho pero no cesaba en el intento y la inercia fue acumulándose hasta que se disparó el alarido asolador, ráfaga continua, yo en la cama bañado de sudor y mi mujer con el José, José, qué te pasa; vírate de lado para que no sueñes.




PÁGINA 12 – POESÍA ARGENTINA

MIGUEL ANGEL FEDERIK
(Villaguay-Entre Ríos-Argentina)

NIÑA DEL DESIERTO

'Si no hay para ti un lugar en el mundo,
yo te llevaré en mis ojos'
(Anón. árabe)

Cuanta materia de realidad futura -me dije-
habrá en los ojos de esta niña que no pude
ver bien, parada en la arena del desierto
o parada en el fondo naranja de la pantalla
de CNN en español
al borde de la carretera que sube desde Az Zubayr
a Basora,
o que baja a los infiernos de Bagdad,
que ahora es un infierno,
y hago aquí unos puntos suspensivos
porque una vez hubo jardines en Bagdad
y esta niña parada entre mujeres vestidas
de negro tiene la edad de aquellos jardines
y ve pasar tropas camino de Bagdad
como si viera por primera vez otro mundo,
ya que es el otro mundo el que ahora está
pasando frente a ella
parada en el resplandor dorado de las arenas
de este día de la primavera boreal,
mientras voy al mapa del diario de hoy :
23 de Marzo de 2003 para fijar exactamente,
con precisión poética y felina el sitio exacto
en que la ampara la sombra de mi dedo
que ya sabe que una vez en Bagdad hubo
jardines verdes y dorados
y leones de mosaico, celestes y dorados,
protectores de templos o de tumbas
y es imposible vivir en un desierto ignorando
que los leones verdaderos
son celestes y dorados y esta niña en el camino
de Az Zubayr a Basora,
guarda en su pupila el ojo de la aguja
y ve pasar camellos solamente
como quien hiciera de su mirada la otra puerta
de la historia.

Los leones son celestes y dorados
porque cuando eran celestes y dorados
en el mundo real había leones de azafrán
y de canela
y una niña real no puede vivir en un mundo
de leones reales
ni con la imagen de ejércitos
pasando eternamente por su mirada,
porque los leones reales nunca fueron
de azafrán o de canela
sino celestes y dorados y una niña tiene
la mirada de una niña
y una niña parada en el desierto es una niña
parada en el desierto
cuya mirada quiero que se conserve
en este poema
puesto que si esa mirada hubiese
desaparecido antes de este poema
nunca hubiese habido leones celestes y dorados
y tampoco hubiese visto nunca
esta niña de oro parada en el desierto.

Cuanta materia de realidad -futura como
toda realidad-
está mirando esta niña -me dije- porque
de esos ojos cegados
por la luminosidad enemiga que cargan
estos carros de guerra,
saldrán canciones, novelas o biografías
que harán del mundo este mundo
y que me gustaría leer otro domingo de mañana
y en la paz de mi provincia,
-y que sin embargo ignoraré para siempre
por una cuestión de edad-
pero sabiendo contra todo pronóstico
o gnoseologia que los leones son celestes
y dorados porque son celestes y dorados
y no hay poder real que pueda derrotar
la ultra realidad que pasa
de tal modo en los ojos de esta niña parada
en el desierto,
entre mujeres de negro de la cabeza
a los pies paradas en el desierto,
porque la poesía ha sido siempre una niña parada
en el desierto
y una niña parada en el desierto es suficiente
testigo de su mirada.




PÁGINA 13 – ENSAYO

CRISTIAN VITALE
(La Plata-Buenos Aires-Argentina)

EL SENTIMIENTO TRÁGICO EN YUPANQUI

De maniático que soy nomás, me puse a bucear en el mar de la tragicidad, con la obsesiva pretensión de ordenarlo. Porque entendí que el concepto de lo trágico era tan poderoso en cuanto a sus posibilidades de análisis y comprensión de las tramas sociales o textuales, tan universalmente corroborado y padecido, tan antropomórfico diríamos, como confuso e informe.
Entendía que para que haya tragedia debía haber trascendencia, alteridad fundamental. Eso decía quizá lo principal pero seguía sin decir claro. Me pareció entender entonces que el concepto era pasible de ser modelado, precisado, ajustado. Me pareció que, si bien la idea de trascendencia era más o menos obvia (al menos a nivel intuitivo), no así sus nombres. Y ahí, en los nombres de la trascendencia, me pareció encontrar el criterio más significativo para la marcación de límites. Me refiero a la encarnación de lo que trasciende.
Hay postulados implícitos al concepto de lo trágico (concepciones del hombre). Uno en particular interesa ahora. No hay tragedia si no hay indefensión, precariedad volitiva del hombre. En la más humanista de las lecturas, la más optimista quiero decir, respecto del desear-poder del sujeto, habrá lucha de fuerzas. Pero no hay tragedia, en este caso, si no hay derrota, victoria de lo otro. Lo trascendente, lo extraño, lo ajeno, lo gravitatorio, lo inmanejado, lo externo (o demasiado interno): todo lo que no soy (lo que no es, perdón) yo.
Desde diferentes lugares se le ha dado diferentes nombres: Dios, dioses, Destino, Hado, casualidad, Inconsciente, Fatalidad... Pero no son nombres de una misma cosa. Son concepciones a veces radicalmente distintas en cuyos sistemas las fuerzas que mueven, condicionan o determinan (según los casos) al hombre han tomado distintos nombres. Así un discurso cristiano dirá que la única trascendencia es Dios, y el escéptico hablará de azar o de causas naturales, un freudiano pensará en términos de pulsiones inconscientes, y un pagano decidirá el nombre del dios una vez conozca el territorio vital de la experiencia.
Con estas ideas detrás fui a escucharlo a Yupanqui: “tira el caballo adelante/ y el alma tira pa’ atrás”, “Malhaya mi suerte tanto quererte, vidita/ y tenerte que perder”... Se hace un lugar para la alteridad. Se sitúa al sujeto en un lugar de poder con límites, de querer con cercos, de mar y rompiente.
Para el estudio de este tópico en la obra de Yupanqui me valgo de las letras de cinco de sus obras: Viene clareando, Piedra y camino, La añera, Tú que puedes vuélvete y El árbol que tú olvidaste. En estas letras queda configurado un conflicto, que llamaremos trágico, con sus interesantes pormenores.
Decíamos en la introducción que lo trágico estaba fundado y sostenido por una trascendencia. La primera nota interesante que resulta de estudiar este tema en Yupanqui es que esa trascendencia, esa otredad radical, no juega por fuera del sujeto. Después de un siglo de psicoanálisis ya no nos es difícil pensar una trascendencia interior. No porque mi análisis vaya por ahí sino por qué, ya instalada la idea de Inconsciente, nos es menos reprobable pensar que el sujeto puede ser manipulado por fuera pero también por adentro. Obviamente la tensión está dada por el doble mandato de ir y quedarse, de marcharse y volver, de dejar, de perder para alcanzar: “Cuando se abandona el pago/ y se empieza a repechar/ tira el caballo adelante/ y el alma tira pa’ atrás”. Uno piensa en situaciones trágicas clásicas y entiende el padecimiento del sujeto, puesto que se le ofrecen dos posibilidades, cualquiera de las cuales resulta nefasta. Pero en dichos casos, la opción viene dada por un otro (dioses, destino, poder, azares...), por una alteridad encarnada en el espacio exterior. El problema yupanquiano se vuelve más sutil, más misterioso, puesto que la alteridad se mueve por dentro de la mismidad. Eso lo hace más incomprensible: “tal vez no comprendas nunca, viday/ por qué me alejo”. El “viday” acá es ineludible si es que queremos leerle el patetismo al verso. El apelativo amoroso, con su diminutivo quechua acentuándole el afecto, es el gesto verbal que nos da la medida de la tragedia. Alejarse de un viday sería la fórmula trágica, abandonar el pago, perder lo querido: “...tanto quererte y tenerte que perder”. Pero cuál es la fuerza que mueve a este desarraigo de lo querido. Se nombra de dos maneras: “suerte” (“malhaya mi suerte...”;), “destino” (“es mi destino...”;), aunque podemos sospechar, por lo terreno de las obras, que estas dos trascendencias, estas dos fuerzas condenatorias son, en esencia, una. Llamarlas de ese modo suspende, aplaza o atenúa la culpa. “... de un sueño lejano y bello, viday/ soy peregrino”. Estos versos finales de Piedra y camino son la clave interpretativa, creo yo, del resto. Un sueño, una pulsión diríamos con residuos freudianos, un impulso que “tira el caballo adelante”. Ahora bien; esa pulsión es trágica. Provoca una tensión penosa, una contradicción en el centro del sujeto, que Yupanqui objetiva, es decir, representa: “cuando se abandona el pago/ y se empieza a repechar/ tira el caballo adelante/ y el alma tira pa’ atrás”. Caballo y alma. Una empuja, busca lo nuevo, responde al llamado, la otra añora, pierde, abandona, pena.
Yupanqui objetiva, metaforiza, se ve afuera, se nombra con los otros nombres. En esa búsqueda de semejantes lo vemos asimilarse al río, ese eterno devenir (o ir, debiéramos decir). En Tú que puedes vuélvete, el río se lamenta de su destino sin regresos, de su condena a la nostalgia, o a la pérdida. Por eso, en sueños, aconseja al sujeto que regrese, ya que él sí puede. Hasta acá pareciera que la situación del sujeto no es tan irreversible, pero unos versos después se aclara lo que ya suponíamos evidente: “que cosa más parecida/ es tu destino y el mío/ andar cantando y penando/ por esos largos caminos”. El sujeto es el río. “A veces soy como el río...” dice Piedra y camino. Nótese el grado de inapelabilidad del llamado, del mandato inevitable. Ahora el “tú que puedes” lo dice el sujeto. Él no puede. Y ese grado de autoridad, de supremacía del sueño, de la pulsión, mandato, destino o como queramos llamarlo cobra la dimensión extrema de lo inexplicable, de lo incomunicable, de lo trascendente: “tal vez no comprendas nunca, viday/ por qué me alejo”.
Se trata, como vemos, de un conflicto trágico, una desgarradora disputa que se libra en el centro del sujeto. En él conviven, inopinablemente, la dicha de cantar y la pena de añorar. “Qué cosa más parecida/es tu destino y el mío/ andar cantando y penando/ por esos largos caminos”. Esa convivencia, esa contemporaneidad de los extremos, se lee en varios versos. “La añera es la pena buena”. La fórmula de oxímoron (la pena buena) es la manifestación literaria del conflicto. O “viene clareando mi padecer”: aclarar el padecer. Más allá del sentido obvio de la metáfora (clarear/llegar) hay una asociación textual de la llegada de la luz del amanecer con la llegada de la pena. El tono general de esta situación es el de aceptación o resignación. No es el tono de la queja, más bien de un lamento largamente masticado: “Zambas sí, penas no/ eso quiere mi corazón/ pero hasta la zamba se vuelve triste, vidita/ cuando se dice adiós”. “Al que se va por el mundo/ suele sucederle así/ que el corazón va con uno/ y uno tiene que sufrir”. Tener que, deber, mandato. La pena se vuelve constitutiva (“inútil botarla afuera”;), parte del ser: “la añera es la pena buena/ y es mi sola compañía”.
En El árbol que tú olvidaste se asoma desde el título (y se destaca) el tema de la culpa relacionada a la ida, (o al “abandono”;): “y el árbol que tu olvidaste/, siempre se acuerda de ti”. Esa no correspondencia de afectos entre el que se va y el que se queda (árbol y río, digamos) parece ganar en la lectura un sentido de reproche (o tácito autoreclamo), de acusación. Es el tema de la ingratitud. (“Me acusas de no quererte...” es la versión teatralizada del conflicto, que no deja de ser interior). Resulta poderosa la subordinada “que tu olvidaste” yuxtapuesta con el “siempre” se acuerda de ti. Aunque el decurso de los versos no decaen en autoacusaciones explícitas.
Así el sentimiento de lo trágico es sentido y manifestado con claridad. La pena debe convivir con el canto. La forma literaria a la que recurre Yupanqui es la objetivación (caballo/alma, árbol/río) con un corrimiento de las personas gramaticales que recorre las tres personas del singular. El sujeto es a veces el que dice (“de un sueño lejano y bello, viday/ soy peregrino), a veces es destinatario (“el árbol que tú olvidaste”;), a veces referente (“al que se va por el mundo...”;). El sueño se vuelve trágico, porque supone la pérdida, (porque es bello pero también lejano, que supone la ida). En una naturaleza el sujeto yupanquiano encontró los nombres para su naturaleza: “Es cosa triste ser río/ quién pudiera ser laguna...”. Él es beneficiario y víctima de un llamado. El conflicto trágico ya está planteado. Convivirán. Un exilio forzoso y gozoso, que dará una pena buena, una claridad de padecer, un cantar y un penar, camino y piedra.




PÁGINA 14 – CUENTO

MIGUEL ÁNGEL GAVILÁN
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

REINAS (II)

-Cacho me tiene como una reina.- Le comenta la mujer a su mejor amiga, por teléfono, enrollando los dedos en el cable como lo hacía con el vello del hombre que tenía en su vida. Y mientras dice, recuerda las cenas preparadas con esmero por el esposo, la música, los brazos en su talle cuando la sorprendía leyendo, o distraída, o muda; el perfume que únicamente se siente en el mentón de los hombres (un olor a madera, como de gigante bosque atrapado en la piel), y el periódico ojeado con desgano; la taza con restos de té que ella lava con suavidad de loza y la bañera sucia de espuma que él se olvida de escurrir. Porque el amor es prolijidad; contacto de dos cuerpos que se cansan y arman de nuevo, otra prisa, cada mañana.

En cambio no recuerda las medias en el respaldo de la cama y el hombro a la altura del televisor que siempre le roba un cuarto de pantalla a las películas que a ella le gustan tanto, esas donde bailan siete hermanos con sus siete novias, ordenando una  conquista pareja. Tampoco, los besos y la dulzura agriada cuando su hombre eructa cerveza y ella lo carga solícita, de la calle hasta el dormitorio que es el lugar propicio para callar cualquier aclaración inoportuna, y para lamentarse, sin arrepentirse, de la compañía de aquel extraño. Tampoco, la camisa manchada de labial, la billetera vacía y los orines que dicen “te quiero” en la violenta alfombra roja de la dicha.

No recuerda que al día siguiente el hombre está de vuelta allí, con su traje gris, sus zapatos espejando negrura, despidiéndose de ella con un beso que seca lágrimas, que es su manera de perdonarla por seguir con él a pesar de lo vulnerable que la volvió el egoísmo.

Cuelga el teléfono con una sonrisa coagulada en la boca. Y se arregla el pendiente. Otra vez, en la oreja que sostuvo el relato de su felicidad tan limpia.



PÁGINA 15 – POESÍA ARGENTINA

HUGO FRANCISCO RIVELLA
(Rosario de la Frontera-Salta-Argentina)

LA HORA DEL RELÁMPAGO

Voy a hablar de la guerra sus nudos sus espasmos la hondonada del surco

por donde anda la muerte la trinchera anegada la gangrena y el odio de la bala zumbando

voy a hablar y no importa que me duelan los ojos y el húmero me sangre
y el hígado me estalle que un tigre desgarrado salga a cazar fantasmas
y el metralleo distante del fusil sea un animal monstruoso taladrándome el hueso

Voy a hablar de la madre con el llanto en los brazos y los cabellos húmedos de mirar al ocaso de sentir que se apagan sus lágrimas y el polvo llena de infinito los muñones del pecho
me acaricia la frente con un cuento de hadas donde juego a la mancha con caballos de nácar

de la novia desgajándose sus misales su falda que vuela hecha un ladrido los responsos del cura por mendigar milagros y el desierto violando la memoria del ángel

Voy a hablar de la noche sus criaturas de hielo las putas de la esquina drogando su alegría el reo que cruza el tiempo montado en un murciélago y el reloj que eterniza la tristeza del muerto
del suicida y la cuerda en el agua del cuchillo en la lengua
del trago de cianuro que perfora el esófago y le quema los dientes con su adiós degollado

Voy a hablar de hiroshima nagasaki y el alba sus flores de ceniza y el sol en los escombros

Voy a hablar del coltan la muerte negra cuando el congo deshuesa su milagro de ébano
la libertad molida mis hermanos refugiados en la sombra del boabab

Voy a hablar del poeta enroscado en el hombre en la mujer y el fuego que tienen las palabras
la canción indecisa por saltar a la rosa y la casa tomada por ocupas y barcos

Voy a hablar de la bomba en el subte de atocha en las torres del viento los gritos el estruendo la desgarrada sombra de la noche la furia la locura el fundamentalismo como un manto sagrado que solo toca al hombre cuando le sangra el ojo
las ruinas del poseso los estigmas de cuarzo y la palabra en crisis con sus propios milagros

terrorismo en la piel como un payaso trágico

Voy a hablar de las miasmas mis derrotas la sangre que tienen las palabras cuando escribo estos versos lo que oculto en las noches bajo llaves de polvo y lo que sopla dentro de mi espalda

Voy a hablar del cobarde vestido de jaguar de la lengua partida tumefacta crujiendo
del marasmo del ojo cuando rompe el espejo que desdice en la noche lo que piensan mis dedos
de la mirada del mendigo cuando brota del alma un dios despedazado

Voy a hablar de mis pasos sin rumbo lo mismo que un hondazo de piedra al infinito

Voy a hablar de la pena como un gajo del odio y el ojo que le chilla al apenado
su sombra desterrada al fondo de la noche y todo su esqueleto es una flor penando

Voy a hablar de los números como cifras de hielo porque borran el nombre de juan
del aguacero del antílope herido del minero y su tumba del caimán
los números escuálidos de los niños que caen en el ojo demente de cualquier cataclismo o estallan como pétalos bajo un fuego cruzado

los números sin alma me sueñan sin saberlo

Voy a hablar de la canción del mar y su rugido la brisa que en tu rostro salpica las estrellas
el adiós de tu mano con un dejo infinito las huellas en la estela de todas las gaviotas
del canto de la orca y el vuelo de los tigres que montan en la espuma de las olas al irse

Voy a hablar de la culpa la violencia en el niño que se aferra al silencio con la boca atascada por proteger al ciego que descarga su golpe con los diablos punzantes

la violencia en el alma la que casi invisible se adueña de los pasos de la mujer sin nombre
del último crepúsculo en que cayó el guerrero y el poema tendido donde mueren mis manos

la violencia encerrada entre cuatro paredes y el cielo entumecido del hombre y sus retazos

Voy a hablar de los ojos de cristo desnucado el tajo en la mirada de soportar el cielo
los ojos de la madre cuando sueña la muerte y a tus ojos marrones moliendo mi desdicha
los ojos desnutridos del niño en la basura o fijos en las luces de todas las vidrieras
el juguete imposible como un nudo en el aire y la infancia hecha trizas con sus diablos de lana

Voy a hablar de tu cuerpo como isla desolada en donde fui titán y aventurero
y anduve tantas sombras que comprendo porque el ocaso es llaga y es recuerdo
y me sentí bandera de un mástil desterrado más allá de tu nombre y más acá del tiempo

Voy a hablar de esta cabeza que luzco deslucida el seso incinerado cada vez que me piensa sus neuronas de aceite y el cerebelo cae perdiendo el equilibrio

quién se llevó mis ojos quién los ciega
quién me los ha sacado y puesto entre los dientes para ahogar mi destierro en las noches sin luna
quién les puso tomillo cilandro del poniente y ajíes del altiplano con licores de menta
quién es quién en la muerte del último guerrero y quién le come el cuero al sueño de la espada

me vuela la cabeza por sobre el campanario el techo de las casas el monte de quebracho
la luz contaminada del basural que hiede y las ratas que atoran los caminos del niño que juega con los pezones de la muchacha muerta
me vuela la cabeza como a un sapo de escarcha con la lengua morada de celebrar mi entierro
y unas alas calcadas de un pájaro de piedra

Voy a hablar del rencor con sus cuevas de espinas donde la noche arroja guitarras destempladas la cruz que curva el cuerpo hasta arrastrar su alma por todos los rincones donde anduvo la muerte

Voy a hablar del silencio acunado en la rosa en donde el colibrí desvela la mañana
para que zumbe el aire y se desnude el ángel que por las noches cuida el secreto del agua

del silencio que raspa el corazón del torturado hasta resquebrajarle el ojo al miserable
y penetrar su carne con todas las derrotas
de sus sapos como pájaros torpes volando hacia la luna de un charco en el espejo

Voy a hablar de estas manos sus huellas en el cuerpo de la mujer amada
los tigres sumergidos en mis brazos sus cavernas de voces que nombran los fantasmas con los que anda mi infancia y sus monigotes de pan azucarado
de las manos del músico y la canción aquella que todavía no ha escrito
la cuna hecha con trozos de ternura que el carpintero talla en el árbol y el sueño

voy a hablar de las manos clavadas en el tiempo del madero y sus llagas
y el amor que despacio destrona su cabeza

Voy a hablar de la furia de no saber quién soy y dejar que mi boca se llene de blasfemias
de palabras que hieran como púas herrumbradas y se rompa en la lengua todo el abecedario
de la furia que me ciega el cerebro y tajea al silencio con heridas que sangran
las grietas del espejo tu pollera estampada el peso de tu mano cuando va por mi cuerpo como la piel de un gato y un diablo de latón enfermo y tumefacto lo arrastra por la orilla de un mar inexistente

Voy a hablar de la vida con su rosa cuarteada y el amor que sucede en medio del naufragio
al fondo del remanso de un río embravecido y en una mariposa de vuelo zigzagueante

voy a hablar de la vida sus arrugas el signo de caminar descalzo sobre el vidrio del miedo
y trajinar los ojos del que rueda penando
voy a hablar de la luna zozobrando en sus ojos y una flor sin regreso cayendo en su mirada

Voy a hablar del relámpago su luz como un retazo de dios entre las cosas y el cielo dividido del milagro y el hambre las mujeres los hombres con la culpa del muerto y el árbol que lo ensueña con sus ramas ausentes

Voy a hablar de tu voz adentro de la rosa de lo que va pasando para seguir amando el trago la espesura los dientes de león la rama el agua el sauce
el fuego desvalido del reo en la penumbra y la Poesía que pende del crepúsculo

pendiendo del trigo y la paloma que en las tinieblas fulge como un rayo
pendiendo de mi lengua enmudecida y de la boca que se atreve al grito
pendiendo del escriba con su canto sonoro
pendiendo de la sombra esculpida en el muro




PÁGINA 16 – ENSAYO

CARLOS FAJARDO FAJARDO
(Santiago de Cali-Colombia)

PARADOJAS DEL AUTORITARISMO

“Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto”, afirma Albert Camus en su libro El hombre rebelde; época en que los criminales se transforman en jueces. Terrorífica paradoja. Camus es aún más incisivo: “juzgados ayer, hoy dictan la ley”. Ahora sabemos que estos jueces son excelentes actores frente a unos medios que maquillan la representación de sus “buenas” hazañas, provocando el olvido de espantosos crímenes. He aquí como se gerencia la sensiblería ingenua y el sentimentalismo en una sociedad amnésica. Al decir de Milán Kundera, esto no es otra cosa que imponer en el imaginario popular el imperio del kitsch totalitario. Escuchémosle: “En el reino del kitsch impera la dictadura del corazón (…). El sentimiento que despierta el kitsch debe poder ser compartido por gran cantidad de gente (…). Nadie lo sabe mejor que los políticos. Cuando hay una cámara fotográfica cerca, corren enseguida hacia el niño más próximo hasta levantarlo y besarle la mejilla”.
De manera que, el juego de cámaras, micrófonos y de luces sirve para ciertas audaces metamorfosis. De malandrín se pasa a ser un sensible protector paternalista. La eficacia sensacionalista de la cultura del efecto publicitario, adquiere verdadero sentido. ¡Oh febril espectáculo! El verdugo de ayer, hoy es figura venerada. Se entra así al mundo de lo sagrado donde, ante la imagen plenipotenciaria del patrón, del jefe y del padre protector, no hay dudas ni sospechas, solo fe y confianza. Es la euforia de la servidumbre, el eterno retorno del culto a la personalidad, la sacralización del paternalismo hacendario y semifeudal. Vaya hibridaciones glocales. Las tecnoculturas de la información y de la comunicación, contraen nupcias con las tradiciones decimonónicas conservadoras, todavía activas y usables.
Siguiendo esa lógica de perversas paradojas, bajo el amparo de cierta aureola religiosa, la imagen del jefe de gobierno en los Estados neoconservadores actuales, se une al militarismo secular moderno. Es entonces cuando la idolatrada providencia presidencial promete progreso, la paz a través del exterminio de sus oponentes. Sin embargo, esto no hace otra cosa que activar los mecanismos de control de la casa, eternizar sus tradicionales valores, garantizar la tranquilidad en la pantagruélica cena de unos cuantos elegidos. La guerra contra los no invitados a este banquete se hace obsesiva y pletórica. El terror se manifiesta en todo su furor, el nacionalismo también. Cualquier acción del Padre por “salvar” su clan se justifica. Ya lo aseguraba Hitler: “estoy pronto a firmarlo todo, a suscribirlo todo (…). En lo que a mi concierne, soy capaz con toda buena fe, de firmar tratados hoy y romperlos fríamente mañana, si está en juego el futuro del pueblo alemán”.
Se justifica la trampa, la mentira, la invención de un enemigo perpetuo para fomentar un terror perpetuo en nombre de la patria. Es la lógica del poder con la cual éste se petrifica. Claro, el Padre-jefe, plenipotenciario y redentor, no puede explicarse más que por un rival ilusorio o real, por una actitud guerrerista. Necesita de un “otro” opositor para legitimar sus acciones. He aquí lo terrible. Gracias a esta ideología guerrera, la vida civil va siendo subsumida en una mentalidad militarista policial presentada y promovida, una y otra vez, en la aparatosa tempestad de violencia telemática. Se militarizan casi todas las prácticas sociales; los ciudadanos interiorizan la norma militar de obedecer al superior, de tal modo que, bajo la orden presidencial y su cumplimiento, la ciudadanía, con su vocabulario y una sensibilidad policial, se apresta al combate de todos contra unos pocos. Y allí lo tenemos: en nuestros sitios de trabajo, en los centros educativos, en maestros, estudiantes, gerentes, empleados, en mandos superiores y medios. Es decir, en casi todas las prácticas sociales se infiltra la idea de que, igual al Padre-jefe y a su grupo de gobierno -transmutados en policías protectores-, se debe asumir una actitud ofensiva, triunfalista, despótica ante nuestros semejantes.
Por lo visto, el lenguaje militarista se ejerce y asume con extrema naturalidad comunitaria. Es el lenguaje de la neo-esclavitud en una época de agresivo neoconservadurismo. Con el mismo lenguaje se califica a los opositores de antipatriotas y herejes, desterrándolos del momento histórico sacralizado. Al blasfemo se le juzga por descreído al no acatar los designios del Padre. Ser patriota entonces es un acto de fe. Ya lo aseguraba Borges. Este patriotismo, asumido como religión, pide lealtad a sus íconos y símbolos. Basta observar el histrionismo patriotero de juramentos y compromisos masificados para dar cuenta de cómo estos se unen a las acciones antidemocráticas de gobiernos que agencian la exclusión, el ninguneo, el silencio, la culpa y el remordimiento del marginado.
Lo anterior sólo demuestra que, en los países donde actualmente el conservadurismo reina, están vigentes algunos rituales del poder decimonónico. Así por ejemplo, la destrucción de la memoria colectiva y de un pasado de reivindicaciones populares; la instauración de un neo-despotismo radical y religioso; la proliferación y manejo de un lenguaje militarista, infiltrado en la cotidianidad y en las actividades civiles; la lógica maniquea de los medios y su matrimonio perverso con los gobiernos, la obligatoria exigencia de no oponerse al cacique político, al gamonal y al mayordomo. Todo ello excluye cualquier disidencia y alteridad. De este modo, las ceremonias y gestos del autoritarismo están siendo rediseñados en estos tiempos de las paradojas globalitarias. El verdugo de ayer hoy es figura venerada.




PÁGINA 17 – COMENTARIOS DE LIBROS

GABRIEL IMPAGLIONE
(Lanusei-Sardegna-Italia)

Libro: UNA MEDIDA ADECUADA A TODO
Autor: JOSÉ MARÍA PALLAORO:

“DE LA PASIÓN ESTAMOS CANTANDO.
DE LA PASIÓN Y NO DE OTRA COSA.”

El poeta va. No espera. Sabe que Ella se presenta de mil formas; a veces parece música que anda bajo el brazo, esa de tantos después que queman o que no. A veces también es una sombra que disuelve su gris bajo la lluvia. Sabe que desanuda laberintos – el estado pre-poético que anuncia escrituras no es un laberinto? – y entonces se arremanga, despliega la palabra en su melodía como un hilo que compone el verso y así canta, bajito, para que se escuche la respiración de aquello que en el fondo de la voz celebra la certeza de las nuevas preguntas.
Me gusta la idea de imaginar la poesía del compañero leída a través del viejo teléfono de infancia, ese que inventábamos con un piolín y dos latas de tomate o algo así. –Años cincuenta? –.
Qué hay de los cincuenta en Pallaoro? Cuando terminaba la década nació en La Plata. Pero hay algo más. La primera luz. Pero más... Qué testimonio ha querido salvarse del naufragio de desmemorias y consumos y se aferra, desde los intersticios de esta poesía, para advertirnos que el tiempo no es otra cosa que un invento obsesivo, que lo esencial reside en hacerlo trastabillar, romperle el ritmo; está en nosotros cambiar la canción. Todos finalmente llegamos a la superficie y nos ofrecemos al sol desde una raíz que nos convoca y nutre. Qué engranaje de aquella década mueve qué mecanismo del poeta?
Dar cuenta del contexto social como compromiso ante su realidad. Los versos que siguen, desde la personal interpretación de quien comenta, podrían ser un buen ejemplo:
“El fortalecimiento del ritual,
bajo la alfombra
y crezco
con una claridad
insospechada
Una medida adecuada a todo
donde las ratas
se alimentan
de nuestra feroz
inexistencia.”
Si la poesía asume protagonismo como metáfora de la política, será ella quien monte la proa del ahora para dar testimonio de lo que pasa. Y hacia dónde vamos y de dónde venimos. Otra vez este lugar común para referirnos a lo profético –pienso– pero... en un mundo atribulado por los índices de dioses falsos y escaparates sacros, la voz de los poetas será el agua. Y el fuego. Y el aire. Y será tu voz.
José María se nutrió de aquel existencialismo de los ’50, pero, adolescente, atraviesa los ’70 pelilargo y andante y aprende a rasguñar piedras, correr calle abajo rodando-rodando y a encender un fósforo detrás de los espejos para reconocerse en una generación hecha jirones bajo la bestialidad neolítica. Es necesario redescubrirse, parece decirnos, bajito, para que se sienta.
Cuando escribe: “…las ratas / se alimentan / de nuestra feroz inexistencia” nos habla de espacios abandonados a fuerza de no-te-metás y de estupidez suicida.
José María va siemprenuevo al encuentro de la poesía. Una y otra vez. No la espera. Escapa de noes y espejismos para abrazarla. Es vocacional y bien terrestre su poesía, callejera, urbana de guitarra llevar. Profunda, lúcida; de ronda de guitarra. Desde lo íntimo se hace colectiva. Trabaja. Es el ojo puesto en lo trascendente de la simplicidad, en aquello que nos humaniza.
“Tus dedos
acariciando los míos.”
El poemario comienza con noticias de un muro doloroso (despatria o desamor?) pero el poeta va, decidido, sin espera. Y nos habla de una casa que presiento con luz de mesa tendida y ronda de vino y
canto. Luego cita claves y limones y entre flores que abren y cierran
su puño se suceden versos que se abren y cierran en torno a una belleza que duele.
“Nada estalla de las manos
del solitario que escribe su poema
sin pájaros del deseo.”
Incansable José María va. La encuentra aquí y allá, entre sauces y álamos y por las esquinas, en la calle donde se pierde en el tiempo la silueta del amigo, en las madrugadas o la ciudad de los parásitos, en la muchacha del vibrador electrónico, sobre las cáscaras de piano, la señora que hace el trabajo manual encima del sofá con la tele encendida. José María nos habla de su perro Dylan, de Matías Vernengo y Lamborghini. Él nos lleva en su travesía a lo largo de estas páginas.
José María no la espera, la busca, la encuentra hasta desgajarse en ella.
Es allí donde “crezco / con una claridad/ insospechada.”
Posdata al lector, con deseo:
Que el testimonio de esta travesía, íntima, profunda, multiplique los cielos de tu horizonte y sientas, por puro placer, la necesidad de releer una vez y otra, bajito, estos versos, para respirar una música que ha nacido en el corazón de un hermano.




PÁGINA 18 – CUENTOS CORTOS

ALEJANDRO CARRIQUE
(Olivos-Buenos Aires-Argentina)

PALABRAS

Buscar palabras en un pantano o en el sol.
Buscar palabras en el aire o en los sueños. En cabezas de otros tiempos: poetas que han hecho de mí un susurro eterno.
Buscar palabras o dejarse atrapar por ellas, que te acarician y te besan.
Buscar palabras en un frasco cerrado o en un mundo totalmente descuidado.
Buscar palabras o dejarse atrapar por ellas. Saborearlas como a un vino. Disfrutarlas como a un hijo o a un amor sin puntos suspensivos. Hacer con ellas un destino o un hogar sin puentes destructivos.
Me agacho. Me caigo y me despierto. Busco palabras todo el tiempo. Enciendo el televisor o me divierto del aburrimiento. Camino. Me aparto de todo lo que me ha dolido.
Tiempo.
Buscar.
Todo el tiempo busco palabras y ellas buscan que les de una casa para que estén juntas: una historia que las haga vivas. A ellas no les gusta estar solas, se sienten inútiles o bobas. Algo solo no tiene existencia ni sentido, porque no tiene referencia para cerciorarse de que está realmente vivo.

LA FIEBRE

La fiebre que derrumba el sueño de la primavera, los amaneceres locos abrochándose al viento y la estupidez representada como idea falsa.
Todo sucede y todo pasa, la felicidad es una lotería, pero también es un don, el don de saber que está intacta, sólo que las ambiciones no nos dejan disfrutarla.

UNA RICA PIZZA

¿Cuál fue la primera hoja caída de este otoño?
Lindo hubiera sido verla.

El otoño es sinónimo de calma, un suave viento que te acerca a la llegada, un museo, una idea clara.

Prendés la luz en la noche. Guardás la luna en un frasco; sólo por un rato para que nadie se de cuenta. Jugás con Dios sin que él mismo se consciente, lo agarrás dormido o nervioso mientras miente, ni se entera.

Las hojas del otoño explotan en la vida y todos los sueños pueden ser posibles; no se aflijan, esperen y coman una rica pizza.

COMO

Como payasos descalzos en la piel del viento, como ideas con cuernos, como preámbulos ambidiestros, como un vidrio roto de risa en la ventana, como una canción cayendo mil veces de un barranco, como una ilusión vencida, como una sensación fantasma y dolida.
Como un libro
Como un libro escondido
Como un libro escondido en la luna
Como un libro escondido en la luna como se esconde la luz del sol en los días.

EL RINCÓN ENIGMÁTICO

Más allá del rincón enigmático, la bruma se disipa y se abren las suturas del acceso pulcro, donde chorrea y gira y se reproduce desaforadamente el júbilo y el encanto. Allá el amor y la belleza forman una misma pieza y todo rueda en dimensiones de simpleza suprema.

Mas allá del rincón enigmático, encuentro una explosión de recuerdos sin sentido que me eleva y me comprime señalándome claramente el despertar gigante, el verdadero sueño, mientras todos en la esfera terrestre duermen taciturnos disfrazados de existencia.




PÁGINA 19 – POESÍA AMERICANA

NELSON JOSE PONCE GONZALEZ
(Maracay-Aragua-Venezuela)

AL PASO DE LA MULA

A veces llueve dolor
llueven penas
llueve el polvo
sobre los recuerdos y
los perros solitarios
ladran al camino que calla 
ausente
lo único que se oye es la soledad
que ventea.
la bala fría duerme aun con la muerte.
Al despertar… desahuciada
quedó  la tinta y la escritura del poeta
para otro evento.
Los ojos se cerraron
pegados de las nubes
mirando hacia otro cielo.
No se hicieron preguntas
ni se dieron respuestas.
La mula escapada
lo echo de bruces
El golpetazo brilló con el humo
mientras, certera,
ella venía como chillona
silbando de lejos.
La calma dormida
es más tranquila que la tristeza
más elocuente
que la  propia despedida.
  

NOCHE DE DESPEDIDA

Calle de sombras iluminadas
de adoquines tristes
que bailan tangos en
las pisadas de otros tiempos
tierra de nadie y de todos
recuerdos insepultos
unos arriba de los otros
Ahora  mustios y  libres
de sabores y esencias
dolores fríos que cantan
sonido de violines y bandoneones.
Lluvia de  risas embriagadas
distantes y libertarias
noche de fragancias y colores
que llaman
a encuentros sin despedidas.
Yerba mate consuelo
en la mirada intrusa
que roba besos ajenos
envidia y querencias
mendigo de alma pobre
absorto en el  asombro mira
lo que nunca tuvo.
Juventud
dulce miel de piel morena
que te entregas al amor pagano
con avidez
y sin causa de dolor despiertas.
 

VOLVER A TU MIRADA

Vuelvo a tu mirada el origen de mis penas
eres la niña inquieta
que sin quererlo se hizo mujer
eres la mujer que sin querer
sigue siendo niña
ciertamente jamás te podré olvidar
eres el estambre y yo la aguja
soy la Luna que pinta tu mar
quieta y serena de arena y cocoteros
de dorados ramales como trenzas
caídas del cielo una noche de estrellas.
Eres la cuerda y yo la clavija
que hace los bucles que adornan tus pechos 
y el sonido de su tono
que inunda y acompaña el universo
cada vez que dices algo cierto.
Bien se que represento la mentira
y tú la verdad
los sueños hechos poemas
con palabras vivas y bonitas.
Yo de almirante no tengo nada
y si mucho  de ser un buscavidas
pero aun así 
tal vez de pirata y todo
mi esperanza no se detiene
de "torero" también llevo  y de loco
sin creerme menos
 porque mis luces se encienden
cuando las otras se apagan.
Que pena me da sentir
como el olvido otra vez se disfraza
para justificar un nuevo adiós.
De nada vale ver los ríos
como venas abiertas a la vida
mostrando un sentimiento.
Quién podrá negar la correspondencia
a tu dulzura y tu belleza
es como negar la cuna
de la bendición  hecha mujer.
En lo particular
si mentir es la entrada a tu portal
jamás reconoceré lo cierto.
Que me engañen tus besos
que yo seguiré mintiéndote
con la dulzura de los míos.




PÁGINA 20 – ENSAYO

ALFREDO JORGE MAXIT
(Colón-Entre Ríos-Argentina)

LA POESÍA NO MUERE EN EL POETA

Guillermo Pilía / La pierna de Rimbaud

Escribió J. V. Vidal Jove en su Prólogo a Rimbaud. Poesía completa: Este libro es la historia de cuatro años de vida: 1869-1872. Los años que precedieron a estos fueron un prólogo adecuado; los que les siguieron, un epílogo inesperado, absurdo.

La pierna de Rimbaud, de Guillermo Pilía, evoca poéticamente los últimos casi 11 años de dicho epílogo. Pero su postura propone otra mirada.

Pilía ha elegido el poema en prosa, con algunos versos incluidos –elección que tiene a Rimbaud como uno de sus primeros cultores– y lo ha estructurado en seis partes de bella juntura. Le antecede un fragmento en francés del texto inicial de Una temporada en el infierno. Fragmento que adelanta un espejo para el juego de intertextualidades –reales o imaginarias– que el autor maneja con destreza, pero que, además, manifiesta que el carácter de vidente, que suscribía Rimbaud, encuentra en su vida en África o en Asia de 1880 a 1891 –tiempo y lugar de la evocación–, más de una confirmación. Existen en el poema otros fragmentos de las dos famosas obras de Rimbaud y también, de cartas del mismo; a su hermana Isabelle, por ejemplo.

Desde el principio se instala a Rimbaud, a quien se menciona como un hombre, ese viajero, este hombre, inclusive sólo sujeto tácito y hasta distante él, como poeta. Así se lee: “Cuando logre reunir unos centenares de francos –piensa– partiré para Zanzíbar –tal vez sin la ilusión de encontrar allí la felicidad o el sosiego, sino acaso para vivir en un sitio que lleve un nombre sonoro.” Dos veces más se menciona tal deseo de alcanzar las islas alejadas de la costa del África: quizás escape hacia Zanzíbar, en la mitad del poema, o a renglones del final: quizás vaya a Zanzíbar. Pero el Rimbaud de las cartas prefiere esa ciudad por expectativas comerciales, más que nada. Pilía, en cambio, relaciona ese nombre con la sonoridad de la poesía. ¿Habrá por qué?

En la parte IV del poema se advierte una posible clave para tal opción. Se habla de una flor monstruosa en el centro del África, cuya fragancia recuerda el olor de la carne podrida. Entonces Rimbaud, que en ocasiones aseguró su olvido de toda literatura, en el poema piensa “que si otra vez retornara a escribir,/ no querría hermanar sus poemas a la imagen de una flor frágil y bien perfumada, sino a la de esa otra flor de un continente primordial…” Unos renglones más abajo se lo muestra cavilando en “los que se irán sin saber que existe esa flor aberrante, sin saber de la rosa que en otras tierras simboliza la poesía; sin saber que es la misma persona el hombre que comercia con ellos el incienso y el almizcle y el hombre que ayer contaba –con esos mismos dedos que hoy cuentan el oro– las sílabas de un verso.”

Es la unidad del ser humano. Ése que en la parte I se decía que Ahora ha llegado a Adén con la misma idea de acaparar/ no el limpio oro que arrastran los ríos,/ sino los sucios billetes y las grasientas monedas <>. El poeta de la flor corrupta y también el de la rosa que antaño ironizara, porque su hábitat poético podrá quedar relegado, pero jamás aniquilado mientras viva; ni siquiera en ese mercader que escribe los informes entre los que levanta el gozo de los arribos o alguna anémona de mar.

La poesía no muere en el poeta. Es la propuesta de La pierna de Rimbaud. Cuando al final del poema el hombre se percata de que un tumor le va hinchando la pierna, se vuelve palpable el tema –hasta entonces subterráneo– de la muerte. El vidente aquí habrá fallado: ya no volverá, como decía el texto en francés, con los miembros de hierro, la piel oscura, el ojo furioso. No será juzgado de una raza fuerte. No se verá salvado.

El poema concluye con estos tres versos: No sabe si habrá tormentas en el camino de la costa,/ no sabe si de esa pierna desecada no nacerán/ –de golpe, al unísono– la muerte y la gloria. El verso último le será cumplido. Morirá a los 37 años, pero no como poeta.

Se expresa así, además del aprecio del autor por el hombre-poeta-Rimbaud y de la sentida comprensión de sus miserias, vitales convicciones de Guillermo Pilía, un hombre tan visiblemente entregado al oficio –que Borges dijera– de cambiar en palabras nuestras vidas.




PÁGINA 21 – CUENTO

SUSANA GRIMBERG
(San Juan-Argentina)

EL CUARTO AZUL

     Las horas contaban. O se descontaban. Tenía que apurarse a leer. Guardar en los ojos, en el cuerpo, la vida.
     Leer para proteger la vida.
     Eso.
     Proteger la vida saboreando lo que más le gustaba.
     Regaló muchos libros. No a todos. Sólo a los que podían apreciarlos. A los que disfrutaban de la lectura. Como él.
     Había regalado desde “Las uvas y el viento”, de Neruda hasta “El régimen lo hace todo”, un libro para adelgazar, leyendo. El mismo libro sobre cómo hacer una dieta por el que un amigo había ido a parar a la cárcel.
      Hacía frío cuando Alicia, la hija, llegó con sus veintisiete recién cumplidos y dos hijos, una tomada de la mano y el otro en brazos. Felicidad en la sonrisa del padre.

     La niña salió corriendo.
     _ ¿Adónde vas? – preguntó Alicia.  
    _ ¡A buscar un libro para que me lo lea el abuelo!
     _ Pero recién llegamos – protestó ella.
     _ Leer es un refugio – la frenó el abuelo, mientras se dejaba llevar por la nieta al cuarto azul.
     Así lo nombraban por las láminas, enmarcadas como cuadros, con las que el padre había engalanado algunas paredes de la habitación.
     En esa casa, todo tenía un nombre. Para identificar, decía el padre.

    Alicia, que así se llamaba por “Alicia en el país de las maravillas”, luego de dejar al más pequeño en el piso para que gateara el frío y curioseara por el comedor, buscó un lugar para sentarse y descansar.
    La casa olía a campo, a frescura, a siempre amanecer. Eso decía siempre el padre cuando se iba a trabajar, allá lejos, más allá de la última casa, cerca del sol. Porque el sol estaba cerca, aunque hubiera nubes.

    Cuando el padre volvió de jugar con los nietos y se sentó a su lado, Alicia aprovechó para decirle que, cada vez que venía de visita, él la sorprendía como si hubiera estado leyendo cada vez más libros, nuevos y viejos.
     _ ¡Parecés la Biblioteca del Congreso, papá!
     _ Todavía no. Falta mucho.
     _ En serio. ¿De qué te estás disfrazando?
     _ De mí.
     _ ¡Papá! ¿Es un chiste?
     _ No. Hablo en serio.
     _ ¿Me lo podrías explicar?
     _ Las noticias no son buenas, Alicita.
     _ Pero vos no estás metido en nada.
     _ Es cierto. Pero a ellos, no les importa.
     _ Ya lo sé. Arremeten con todo y contra todos. Pero, en este pueblo…
     _ También. Sobre todo desde que circula el rumor de que es un aguantadero.
     _ ¿Qué?
     _ Eso dicen.
     _ ¿Quién?
     _ Ellos.
     _ Entonces…
     _ Entonces, leo. Leo todos los libros que puedo volver a leer.
    _ ¿Por qué?
     _ Porque una biblioteca puedo volver a tener. La vida, no.
     _ Tenés razón. 
     Los días transcurrieron plácidamente hasta que llegó el momento de la partida. La despedida fue con un hasta mañana, como si pudieran volverse a ver el día siguiente.
    Cuando Alicia y los chicos subieron al micro, el padre sintió un dolor muy fuerte en el pecho. Dolor que parecía que no iba a ceder. Sin embargo, en cuánto encendió la chimenea y se dispuso a leer, el dolor, respetuosamente,  se apartó de él.
     Eligió Flaubert. Madame Bovary lo había cautivado siempre. No era un libro para quemar pero era un libro que, como cada libro, estaba sujeto a la misma maldición. Ningún libro tenía derecho a vivir.
     Inmerso en la lectura, no oyó cuando las botas pisoteando la casa, subieron al cuarto azul. Recién se dio cuenta de que estaban los otros cuando pudo oír los gritos de mando y los libros, pedazos de libros, empezaron a rodar por las escaleras. Después, volaron hojas, sólo hojas. Hojas que se desmayaban, gemían, rogaban, pedían perdón mientras alimentaban el fuego. 
    Las llamas envolvieron todo.
    Encontraron el cuerpo. Carbonizado a medias, abrazando un libro, cualquier libro, quizás el que había buscado en sus brazos la ternura, el amor, para poder seguir latiendo.




PÁGINA 22 – POESÍA AMERICANA

ULISES PANIAGUA
(México DF-México)

EL SUBTERRÁNEO DEL MUNDO
(PARVADAS)

I

La gente es desleal. Cuando sube al subterráneo
no mira más de dos palmos delante de sus ojos.
Se dedican a alcanzar lugar;
a posar , sigilosos como tordos, sobre los asientos vacíos;
o bien se desgarran a picotazos para abrirse un hueco
entre los tubos que enjaulan el vagón. Se despluman y destrozan.

Así sucede en el subterráneo.
Así sucede con el mundo.

Los pájaros que atestan el planeta
son torpes e imprudentes:
una vez que consiguen su espacio en la parvada;
se dedican a dormitar para fingir que nada pasa.

PARVADA 9 A.M.

Una parvada atraviesa una calle somnolienta
como una sombra que lo mueve todo
como un delirio acusado y recurrente
como furia tupida de graznidos
una parvada atraviesa una calle somnolienta
delata el asalto en desafiantes gráficos
gestando figuras de rapiña
una parvada atraviesa una calle somnolienta
siento pena por ellos, por mi, gran pena
pobres cuervos absortos en su mundo
pobres cuervos que simulan buscar
entre sus agendas y teléfonos
algún posible destino.




PÁGINA 23 – ENSAYO

JORGE LUIS BORGES
(Argentino-1899/1986)

COMO NACE UN TEXTO

Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder.

   En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí "eso es una solución personal mía", creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo "si se trata de un cuento porteño", lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."

   El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula "por fantástica que sea" crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
Gaceta Literaria agradece la colaboración brindada por Beatriz Chiabrera (Clucellas-Santa Fe-Argentina)




PÁGINA 24 – CUENTO  

PATRICIA SUÁREZ
(Rosario-Santa Fe-Argentina)

LA REGRESADA - Monólogo para una dama


Habla Helena de Troya a los 50 años, desde su trono, en una torre de marfil
Aburridísima

Me dicen “la escapada”, primero. A ella se lo dicen, a la que yo era. Ella y yo casi que no somos las mismas personas. Ella es H y yo soy la que les habla. Hace de esto muchos años. Me decían: La escapada, la huída del marido, la caliente, la estúpida, la dañada. La puta.
Después, me pasan a decir “la regresada”. Así, la regresada, la restituída al marido, la loca, la perra. Me dicen la regresada porque de ella, de H, no se olvidan.
Estoy sentada aquí y veo pasar la gente allá abajo. Igual desde esta torre mucho no se puede ver porque entre la celosía y mi vista, que ya no es la de ella, la de H joven, mucho no se distingue. Alguna desventurada que me pide Madre, madre, ayúdeme en el amor. Porque parece que del amor yo sé mucho. ¡Yo lo sé todo!!  Porque H fue la elegida de la diosa del amor. La vanidad a H le importaba tres pepinos. La elegancia, tres pepinos. Era bella, era la elegida.
Señala Esa, que va allí cubierta, seguida de su sirvienta está casada. Lo engaña al marido, le pone los cuernos con un patán. Pero ella me mira con sus ojos llorosos de vaca rumbo al matadero, porque se muere de soledad. Se muere de amor si el patán no viene y le toca una mejilla, le dice una zarandaja. Yo le hago un saludito con la mano, pobre mujer, por divertirme. Porque no tengo para hacer acá. Están las plantitas ahí, pero crecen solas; no me necesitan. Y si estuviera en mí ayudarla, le mataría el patán, para que viva infeliz pero tranquila hasta la muerte con el marido.
Pero que no se evite el escándalo.
H no se evitó ninguno.
Hace mal a los huesos evitarse los escándalos. Hace mal a la piel.
El escándalo puede hundir tu vida, pero salvar tu alma.
Estoy sentada acá mirando pasar el tiempo. 
Grandes hombres, viejos y no, filósofos, hablan de H cuando se reúnen. De mí, la que era antes. Ninguna cosa obscena hablan: hacen ejercicios de pensamiento. Por qué huyó H de aquí, con el muchacho, y edifiqué mi desgracia. La desgracia de todos, claro, porque me culpan hasta de la guerra. A menos, claro, que H se haya ido porque fueron los dioses los que la obligaron a hacerlo, ¿cómo se dice ahora?, el destino. Eso, el destino, suena más moderno. Y si fue el destino, paciencia, entonces. ¿Quién puede oponerse a su propio destino? Pero como no todos los viejos son creyentes, sino que la gran mayoría en su fuero interno, son ateos, dicen ellos, que si el muchacho violentó a H, si raptó a H por la fuerza, ella no tiene la culpa. Sonríe, pícara. ¡Sabroso como fruta dulce era el muchacho! El tercer argumento de los viejos dice que H se fue porque el muchacho la persuadió con su discurso. Acá los viejos insisten en el poder que el discurso tiene, quiero creer que hablan de las palabras de amor, las canciones melódicas, esas cosas. Pero a lo mejor no se refieren a esas cosas, porque los viejos usan todo para acabar hablando de política. Ríe. ¡El muchacho que se llevó a H, el príncipe, estaba mudo como un árbol y temblaba delante de ella como una hoja! Era virgen, no había estado antes con ninguna otra. Como sea, opinan los viejos, si el muchacho hubiera convencido a H con el don de la palabra, H también estaría exenta de culpa. Al promediar la medianoche, cuando los viejos ya están fatigados y se les caen los párpados de sueño, esgrimen el cuarto y último argumento. H se fue con él por afán del cuerpo del muchacho y llevada por el deseo, porque el amor es una fuerza poderosa, como la de un fármaco. Ellos que son cinco o seis viejos roñosos que no quieren a nadie, hablan de que el amor es una fuerza poderosa que pudo hacer que ese principito de un reino perdido y de morondanga enamorara a H y se la llevara. Drogada por ese fármaco H se marcha, dicen, y no merece entonces vituperio.
No tengo palabras que agregar.
Estoy sentada acá y cuando estoy sentada, el tiempo parece que no pasa.
Recién cuando anochece se juntan las estúpidas ahí abajo y me llaman: Señora! Señora, danos tu protección para nuestros amores. Danos tu bendición.
El día, en cambio, no pasa nunca.
Estoy sentada acá y de vez en cuando me visita mi marido. Porque H habrá sido muy querida de la diosa del amor, pero al final, tengo un marido. Cuando viene bien, se echa igual que un perro a mis pies y besa el ruedo de mi vestido. Apoya su cabeza en mi regazo, y acaricio los pocos cabellitos que le quedan. Está quedándose pelado. El es tan bueno cuando está así. A mí me gustaría ser su madre si él estuviera siempre así.
Porque cuando él está bien, está todo bien.
Pero cuando él está mal…
Estoy sentada acá en mi torre y él, que arrastra su odio de cornudo de toda la vida, quiere hacer daño, entra acá como un huracán, quiere devorar a la H que está escondida en el sobrecito de papel de seda que es mi alma. Quiere verme caer otra vez, y para eso intenta que me lance por la ventana. Me empuja para que lo haga. Sólo que no puede. Ni siquiera él puede tirarme. No, no puede. No, no. ¿Por…? (oye lo que le sugieren) ¡Qué risa! No es el amor el que lo detiene. Es que él fue quien hizo poner barrotes en la ventana muy juntitos, por si a mí, a la H que quedó en mí, se le ocurría un día deslizarse torre abajo, persiguiendo un muchacho, otro muchacho…
A mí tanto no me gustan los muchachos.
Ni siquiera los hombres me gustan tanto.
Me pasó una vez, en esa ocasión.
Yo no sé si por una vez, una ocasión en que algo ocurrió, lo convierten a uno en otra persona. Un explorador, por ejemplo, se pierde en medio de la selva y se encuentra, se topa, con un pueblo de caníbales. Son muy buena gente, pero son caníbales y lo invitan con un plato, un cuenquito apenas, del banquete. El explorador no puede negarse, es cosa de vida o muerte, y se come un trocito del cuerpo del enemigo de los caníbales, al que guisaron. Dice el explorador que la carne humana sabe como la de cerdo y eso es todo. Regresa luego a su casa, a su mundo y nunca más vuelve a comer carne. ¿Es también él un caníbal?
Para qué, querido, le pregunto a mi marido cuando se calma, la trajiste a vivir acá, me trajiste a vivir acá con vos? El, como todos los maridos, no puede responder nada sobre sus deseos y designios.
Cuando encontró a H aquella vez, la perdonaba, no la perdonaba. Mi suegra la de allá le decía Matála, no la mires a los ojos. Era una vieja bruja y nunca me quiso. Yo, la H que todavía era yo, a él, le mostré éstas dos. Por los senos Y no se habló más.
Estoy acá sentada y cultivo a veces esas plantitas en los frascos.
Esas que ven ahí.
Para matar el tiempo, miro cómo crecen.
En este país sólo crece el orégano. El laurel también.
Allá también nomás crecía el orégano.
Le ponían orégano a todo.
Cuando a la planta le salen unas hojitas, le corto algunas. Me la pongo debajo de la lengua. Cierro los ojos y está H, viva. Picante.
Exultante
Estoy yo.
Se para, oronda, se asoma a la ventana, extiende el brazo, saluda.
Grita a las de afuera:
 ¡Se te va a cumplir! ¡Te va a querer! ¡Volverá, volverá con vos!
Feliz, se sienta.
Ésta soy yo.




PÁGINA 25 – POESÍA AMERICANA

ANTONIO PRECIADO
(Esmeraldas-Ecuador)

LA TORRE DE PARÍS EN ESTE ENREDO

Creo que no hay un solo árbol
que se proponga el cielo.
A lo mejor los árboles comprenden
que es tonto pretender el infinito
y quedarse, hasta cuando aún nadie lo ha previsto,
de punta hacia el allá del universo.
Pero esa torre, que en verdad se empina
porque ella misma se creyó su cuento,
se ama,
se necesita
y se somete
con una muchedumbre a ese desvelo.
Si pudiera quedarme,
de malo, bajaría
la nube que la aguanta
y el ángel de metal que, de seguro,
la salva del mareo;
pero tengo qué hacer,
estoy de paso,
voy hacia mi país,
hacia su suerte,
de atajo entre el amor y el descontento;
y si la torre ­
(pongo un imposible)
me diera a decidir todo su hierro,
hacia el sur de la noche,
en este instante,
le intentaría rieles al regreso
y la armaría en medio de algún mitin
­para colgar de un cuerno de su luna
al loco palabrero,
el que subió al dislate a tanta altura
por las ralas costillas de mi pueblo,
y en la mitad del mundo,
entre la chusma,
persigue al mundo nuevo
y nos apresa
y nos acusa de que somos cuerdos,
y condecora con su mano insulsa
al burro proverbial que no rebuzna,
por su notoriedad de carnicero,
y va diciendo con su lengua turbia
una mentira que no acaba nunca
de andar de monumento en monumento.
Creo que no hay un hombre
que diga de tan alto tanta culpa
y pueda ser absuelto
por una muchedumbre que lo escucha
con los pies en el suelo.




PÁGINA 26 – ENSAYO

SAINT-JOHN PERSE
Alexis Léger (1887/1975)
(Pointe-à-Pitre-Guadalupe-Col.Francesa Mar Caribe)

DISCURSO DE ACEPTACIÓN PREMIO NOBEL DE LITERATURA
(10 diciembre 1960)

He aceptado para la poesía el homenaje que aquí se le rinde, y tengo prisa por restituírselo.

La poesía no recibe honores a menudo. Pareciera que la disociación entre la obra poética y la actividad de una sociedad sometida a las servidumbres materiales fuera en aumento. Apartamento aceptado, pero no perseguido por el poeta, y que existiría también para el sabio si no mediasen las aplicaciones prácticas de la ciencia.

Pero ya se trate del sabio o del poeta, lo que aquí pretende honrarse es el pensamiento desinteresado. Que aquí, por lo menos, no sean ya considerados como hermanos enemigos. Pues ambos se plantean idéntico interrogante, al borde de un común abismo; y sólo los modos de investigación difieren.

Cuando consideramos el drama de la ciencia moderna que descubre sus límites racionales hasta en lo absoluto matemático; cuando vemos, en la física, que dos grandes doctrinas fundamentales plantean, una, un principio general de relatividad, otra, un principio "cuántico" de incertidumbre y de indeterminismo que limitaría para siempre la exactitud misma de las medidas físicas; cuando hemos oído que el más grande innovador científico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna y garante de la más vasta síntesis intelectual en términos de ecuaciones, invocaba la intuición para que socorriese a lo racional y proclamaba que "la imaginación es el verdadero terreno de la germinación científica", y hasta reclamaba para el científico los beneficios de una verdadera "visión artística", ¿no tenemos derecho a considerar que el instrumento poético es tan legítimo como el instrumento lógico? En verdad, toda creación del espíritu es, ante todo, ''poética' en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia de las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma función para la empresa del sabio y para la del poeta. Entre el pensamiento discursivo y la elipse poética, ¿cuál de los dos va o viene de más lejos? Y de esa noche original en que andan a tientas dos ciegos de nacimiento, el uno equipado con el instrumental científico, el otro asistido solamente por las fulguraciones de la intuición, ¿cuál es el que sale a flote más pronto y más cargado de breve fosforescencia?' Poco, importa la respuesta. El misterio es común. Y la gran aventura del espíritu poético no es inferior en nada a las grandes entradas dramáticas de la ciencia moderna. Algunos astrónomos han podido perder el juicio ante la teoría de un universo en expansión; no hay menos expansión en el infinito moral del hombre: ese universo. Por lejos que la ciencia haga retroceder sus fronteras, en toda la extensión del arco de esas fronteras se oirá correr todavía la jauría cazadora del poeta. Pues si la poesía no es, como se ha dicho "lo real absoluto", es por cierto la codicia más cercana y la más cercana aprehensión en ese límite extremo de complicidad en que lo real en el poema parece informarse a sí mismo.

Por el pensamiento analógico y simbólico, por la iluminación lejana de la imagen mediadora y por el juego de sus correspondencias, en miles de cadenas de reacciones y de asociaciones extrañas, merced, finalmente, a un lenguaje al que se trasmite el movimiento mismo del ser, el poeta se inviste de una super realidad que no puede ser la de la ciencia. ¿Puede existir en el hombre una dialéctica más sobrecogedora y que comprometa más al hombre? Cuando los filósofos mismos abandonan el umbral metafísico, acude el poeta para relevar al metafísico; y es entonces la poesía, no la filosofía, la que se revela como la verdadera "hija del asombro", según la expresión del filósofo antiguo para quien la poesía fue asaz sospechosa.

Pero más que modo de conocimiento, la poesía es, ante todo, un modo de vida, y de vida integral. El poeta existía en el hombre de las cavernas; existirá en el hombre de las edades atómicas: porque es parte irreductible del hombre. De la exigencia poética, que es exigencia espiritual, han nacido las religiones mismas, y por la gracia poética la chispa de lo divino vive para siempre en el sílex humano. Cuando las mitologías se desmoronan, lo divino encuentra en la poesía su refugio; aun tal vez su relevo. Y hasta en el orden social y en lo inmediato humano, cuando las Portadoras de pan del antiguo cortejo dan paso a las Portadoras de antorchas, en la imaginación poética se enciende todavía la alta pasión de los pueblos en busca de claridad.

¡Altivez del hombre en marcha bajo su carga de eternidad! Altivez del hombre en marcha bajo su carga de humanidad - cuando para él se abre un nuevo humanismo -, de universalidad real y de integridad psíquica... Fiel a su oficio, que es el de profundizar el misterio mismo del hombre, la poesía moderna se .interna en una empresa cuya finalidad es perseguir la plena integración del hombre. No hay nada pítico en esta poesía.

Tampoco nada puramente estético. No es arte de embalsamador ni de decorador. No cría perlas de cultivo ni comercia con simulacros ni emblemas, y no podría contentarse con ninguna fiesta musical. Traba alianza en su camino con la belleza - suprema alianza -, pero no hace de ella su fin ni su único alimento. Negándose a disociar el arte de la vida, y el amor del conocimiento, es acción, es pasión, es poder y es renovación que siempre desplaza los lindes. El amor es su hogar, la insumisión su ley, y su lugar está siempre en la anticipación. Nunca quiere ser ausencia ni rechazo.

Nada espera sin embargo de las ventajas del siglo. Atada a su propio destino y libre de toda ideología, se reconoce igual a la vida misma, que nada tiene que justificar de sí misma. Y con un mismo abrazo, como con una sola y grande estrofa viviente, enlaza al presente todo lo pasado y lo por venir, lo humano con lo sobrehumano y todo el espacio planetario con el espacio universal. La oscuridad que se le reprocha no proviene de su naturaleza propia… que es la de esclarecer, sino de la noche misma que explora, a la que está consagrada a explorar: la del alma misma y la del misterio que baña al ser humano. Su expresión se ha prohibido siempre la oscuridad y esa expresión no es menos exigente que la de la ciencia.

Así, por su adhesión total a lo que existe, el poeta nos enlaza con la permanencia y la unidad del ser. Y su lección es de optimismo. Pura él una misma ley de armonía rige el mundo entero de las cosas. Nada puede ocurrir en ella que, por naturaleza, sobrepuje los límites del hombre. Los peores trastornos de la historia no son sino ritmos de las estaciones en un más vasto ciclo de encadenamiento y de renovaciones. Y las Furias que atraviesan el escenario, con la antorcha en alto no iluminan sino un instante del muy largo tema que sigue su curso. Las civilizaciones que maduran no mueren de los tormentos de un otoño; no hacen sino transformarse. Sólo la inercia es amenaza. Poeta es aquel que rompe, para nosotros, la costumbre.

Y es así también como el poeta se encuentra ligado, a pesar de él, al acontecer histórico. Y nada le es extraño en el drama de su tiempo. ¡Que diga a todos, claramente, el gusto de vivir este tiempo fuerte! Pues la hora es grande y nueva para recobrarse de nuevo. ¿Y a quién le cederíamos, pues, el honor de nuestro tiempo? . . .

''No temas", dice la Historia, quitándose un día la máscara de violencia y haciendo con la mano levantada ese ademán conciliador de- la Divinidad asiática en el momento más fuerte de su danza destructora. "No temas, ni dudes, pues la duda es estéril y el temor servil. Escucha más bien ese latido rítmico que mi mano en alto imprime, renovadora, a la gran frase humana siempre en vías de creación. No es verdad que la vida pueda renegar de sí misma. Nada viviente procede de la nada, ni de la nada se enamora. Pero tampoco nada guarda forma ni medida bajo el incesante aflujo del Ser. La tragedia no finca en la metamorfosis misma. El verdadero drama del siglo está en la distancia que dejamos crecer entre el hombre temporal y el hombre intemporal. El hombre iluminado sobre una vertiente ¿irá acaso a oscurecerse en la otra? Y su maduración forzada, en una comunidad sin comunión, ¿no sería quizá una falsa madurez? . . ."

Al poeta indiviso tócale atestiguar entre nosotros la doble vocación del hombre. Y esto es alzar ante el espíritu un espejo más sensible a sus posibilidades espirituales. Es evocar en el siglo mismo una condición humana más digna del hombre original. Es asociar, en fin, más ampliamente el alma colectiva con la circulación de la energía espiritual en el mundo… Frente a la energía nuclear, la lámpara de arcilla del poeta ¿bastará para este fin? — Sí, si de la arcilla se acuerda el hombre.

Y ya es bastante, para el poeta, ser la mala conciencia de su tiempo.

Gaceta Virtual agradece el post publicado por Hugo Toscaraday en su blog La nube centrífuga



PÁGINA 27 – CUENTO

JULIO CORTÁZAR
(Argentino-1914/1984)

SIMULACROS

Somos una familia rara. En este país donde las cosas se hacen por obligación o fanfarronería, nos gustan las ocupaciones libres, las tareas porque sí, los simulacros que no sirven para nada.
Tenemos un defecto: nos falta originalidad. Casi todo lo que decidimos hacer está inspirado -digamos francamente, copiado- de modelos célebres. Si alguna novedad aportarnos es siempre inevitable: los anacronismos o las sorpresas, los escándalos. Mi tío el mayor dice que somos como las copias en papel carbónico, idénticas al original salvo que otro color, otro papel, otra finalidad. Mi hermana la tercera se compara con el ruiseñor mecánico de Andersen; su romanticismo llega a la náusea. Somos muchos y vivimos en la calle Humboldt.

Hacemos cosas, pero contarlo es difícil porque falta lo más importante, la ansiedad y la expectativa de estar haciendo las cosas, las sorpresas tanto más importantes que los resultados, los fracasos en que toda la familia cae al suelo como un castillo de naipes y durante días enteros no se oyen más que deploraciones y carcajadas. Contar lo que hacemos es apenas una manera de rellenar los huecos inevitables, porque a veces estamos pobres o presos o enfermos, a veces se muere alguno o (me duele mencionarlo) alguno traiciona, renuncia, o entra en la Dirección Impositiva. Pero no hay que deducir de esto que nos va mal o que somos melancólicos. Vivimos en el barrio de Pacífico, y hacemos cosas cada vez que podemos. Somos muchos que tienen ideas y ganas de llevarlas a la práctica. Por ejemplo, el patíbulo, hasta hoy nadie se ha puesto de acuerdo sobre el origen de la idea, mi hermana la quinta afirma que fue de uno de mis primos carnales, que son muy filósofos, pero mi tío el mayor sostiene que se le ocurrió a él después de leer una novela de capa y espada. En el fondo nos importa poco, lo único que vale es hacer cosas, y por eso las cuento casi sin ganas, nada más que para no sentir tan de cerca la lluvia de esta tarde vacía. La casa tiene jardín delantero, cosa rara en la calle Humboldt. No es más grande que un patio, pero está tres escalones más alto que la vereda, lo que le da un vistoso aspecto de plataforma, emplazamiento ideal para un patíbulo. Como la verja es de mampostería y de fierro, se puede trabajar sin que los transeúntes estén por así decirlo metidos en casa; pueden apostarse en la verja y quedarse horas, pero eso no nos molesta. «Empezaremos con la luna llena», mandó mi padre. De día íbamos a buscar maderas y fierros a los corralones de la avenida Juan B. Justo, pero mis hermanas se quedaban en la sala practicando el aullido de los lobos, después que mi tía la menor sostuvo que los patíbulos atraen a los lobos y los incitan a aullar a la luna. Por cuenta de mis primos corría la provisión de clavos y herramientas; mi tío el mayor dibujaba los planos, discutía con mi madre y mi tío segundo la variedad y calidad de los instrumentos de suplicio. Recuerdo el final de la discusión: se decidieron adustamente por una plataforma bastante alta, sobre la cual se alzarían una horca y una rueda, con un espacio libre destinado a dar tormento o decapitar según los casos. A mi tío el mayor le parecía mucho más pobre y mezquino que su idea original, pero las dimensiones del jardín delantero y el costo de los materiales restringen siempre las ambiciones de la familia.

Empezamos la construcción un domingo por la tarde, después de los ravioles. Aunque nunca nos ha preocupado lo que puedan pensar los vecinos, era evidente que los pocos mirones suponían que íbamos a levantar una o dos piezas para agrandar la casa. El primero en sorprenderse fue don Cresta, el viejito de enfrente, y vino a preguntar para qué instalábamos semejante plataforma. Mis hermanas se reunieron en un rincón del jardín y soltaron algunos aullidos de lobo. Se amontonó bastante gente, pero nosotros seguimos trabajando hasta la noche y dejamos terminada la plataforma y las dos escalerillas (para el sacerdote y el condenado, que no deben subir juntos). El lunes una parte de la familia se fue a sus respectivos empleos y ocupaciones, ya que de algo hay que morir, y los demás empezamos a levantar la horca mientras mi tío el mayor consultaba dibujos antiguos para la rueda. Su idea consistía en colocar la rueda lo más alto posible sobre una pértiga ligeramente irregular, por ejemplo un tronco de álamo bien desbastado. Para complacerlo, mi hermano el segundo y mis primos carnales se fueron con la camioneta a buscar un álamo; entretanto mi tío el mayor y mi madre encajaban los rayos de la rueda en el cubo, y yo preparaba un suncho de fierro. En esos momentos nos divertíamos enormemente porque se oía martillear en todas partes, mis hermanas aullaban en la sala, los vecinos se amontonaban en la verja cambiando impresiones, y entre el solferino y el malva del atardecer ascendía el perfil de la horca y se veía a mi tío el menor a caballo en el travesaño para fijar el gancho y preparar el nudo corredizo.

A esta altura de las cosas la gente de la calle no podía dejar de darse cuenta de lo que estábamos haciendo, y un coro de protestas y amenazas nos alentó agradablemente a rematar la jornada con la erección de la rueda. Algunos desaforados habían pretendido impedir que mi hermano el segundo y mis primos entraran en casa el magnífico tronco de álamo que traían en la camioneta. Un conato de cinchada fue ganado de punta a punta por la familia en pleno que, tirando disciplinadamente del tronco, lo metió en el jardín junto con una criatura de corta edad prendida de las raíces. Mi padre en persona devolvió la criatura a sus exasperados padres, pasándola cortésmente por la verja, y mientras la atención se concentraba en estas alternativas sentimentales, mi tío el mayor, ayudado por mis primos carnales, calzaba la rueda en un extremo del tronco y procedía a erigirla. La policía llegó en momentos en que la familia, reunida en la plataforma, comentaba favorablemente el buen aspecto del patíbulo. Sólo mi hermana la tercera permanecía cerca de la puerta, y le tocó dialogar con el subcomisario en persona; no le fue difícil convencerlo de que trabajábamos dentro de nuestra propiedad, en una obra que sólo el uso podía revestir de un carácter anticonstitucional, y que las murmuraciones del vecindario eran hijas del odio y fruto de la envidia. La caída de la noche nos salvó de otras pérdidas de tiempo.

A la luz de una lámpara de carburo cenamos en la plataforma, espiados por un centenar de vecinos rencorosos; jamás el lechón adobado nos pareció más exquisito, y más negro y dulce el nebiolo. Una brisa del norte balanceaba suavemente la cuerda de la horca; una o dos veces chirrió la rueda, como si ya los cuervos se hubieran posado para comer. Los mirones empezaron a irse, mascullando vagas amenazas; aferrados a la verja quedaron veinte o treinta que parecían esperar alguna cosa. Después del café apagamos la lámpara para dar paso a la luna que subía por los balaústres de la terraza, mis hermanas aullaron y mis primos y tíos recorrieron lentamente la plataforma, haciendo temblar los fundamentos con sus pasos. En el silencio que siguió, la luna vino a ponerse a la altura del nudo corredizo, y en la rueda pareció tenderse una nube de bordes plateados. Las mirábamos, tan felices que era un gusto, pero los vecinos murmuraban en la verja, como al borde de una decepción. Encendieron cigarrillos y se fueron yendo, unos en piyama y otros más despacio. Quedó la calle, una pitada de vigilante a lo lejos, y el colectivo 108 que pasaba cada tanto; nosotros ya nos habíamos ido a dormir y soñábamos con fiestas, elefantes y vestidos de seda.




PÁGINA 28 – POESÍA ALLENDE EL MAR

ANNA ARENT BANASIAK
(Zgierz-Polonia)

SONETO INACABADO

La felicidad de poseer tu nombre,
tan transparente como sumergido en mi mente,
la satisfacción de tenerte tan escondido, unido conmigo
que nadie podría quitarte de mí,
parece embriagar
dando el embotamiento contra lo cotidiano.
Un poeta te nombró un lamento.
Mientras yo solo puedo repetir tu nombre sin palabras,
Por temor que algo me te podría quitar.

AGUZADOR DE LOS SENTIDOS

Sigo recordando la pared
donde hubo un espejo con el reflejo de tu mirada.
Por la ultima vez,
sin conocer la causa,
te contemplaba
tratando de grabar en mi memoria tu cara.
No quería recordar lo oscuro,
lleno de los rasgos tan humanos que imperfectos.
No iba a tener en mi memoria
las arrugas de tu mirada.
Te quería pintar como un dios griego,
Musculoso, casi irreal
que viene en los momentos  de la alegría,
casi éxtasis
aguzando todos los sentidos hasta el punto final.

***

Alrededor del retablo,
donde en el pasado remoto todos nacimos,
si recuerdo correctamente,
corrían los animales.
Sus ojos nos miraban no pudiendo creer de nuestro parentesco.
Teníamos el mismo padre
a la vez no conociendo la quien nos había dado a luz.
Nunca he creído en el paraíso.
No he podido imaginarme a las plantas infinitas,
cerrar mis ojos yendo adelante sin temor de desaparecer.

UN SONETO TRIVIAL

Todo que ocurre en esta realidad
parece ser más trivial que nunca.
Cuando alguien muere,
El tiempo no deja de resonar.
Es solamente un momento- morir,
que no cambia nada en el mundo de los relojes.
Te recuerdo tomando un café,
mirando al reloj,
esperando para un ahora adecuada a salir no sabiendo donde.
quería que este mecanismo se dejase de bailar alrededor de ti
contorneando a la vez lo que eras y contar una de las historias para los niños.

Traducción de Anna Arent Banasiak.




PÁGINA 29 – ENSAYO

OSVALDO BAYER
(Bonn-Alemania)
Fuente: Página 12-Sábado, 22 de diciembre de 2012

CAPERUCITA, BLANCANIEVES, PULGARCITO

Llego aquí y el país está envuelto en una fiesta. Doscientos años de la aparición de los Cuentos Infantiles y Hogareños de los hermanos Grimm. Sí, algo para festejar, para alegrarse, para llevarles flores a esos dos bondadosos hermanos que concibieron nada menos que escribir cuentos para niños. Y los escribieron. Y estarán siempre en el recuerdo de todos.
Me acuerdo cuando mi padre nos trajo un libro con el increíble título y hermosos dibujos: Cuentos para niños. No podíamos creer. Desde ese día comencé a soñar, a mirar el mundo con otros ojos. Tenía siete años y vi que se me abría otro paisaje distinto en la vida. El de la imaginación, el de los sueños. Que había otro mundo. Que existían hadas, bosques, sueños, fantasías, que era posible navegar con la imaginación por todos lados y visitar todos los lugares escondidos. Personajes para soñar, para imitar. De pronto allí, la bondad descrita, el triunfo de los débiles: Caperucita Roja, Pulgarcito, la Cenicienta, la Bella Durmiente..., la Madre Nieve, el Sastrecillo valiente... Vuelven a mí los personajes que me acompañaron en los sueños de toda la infancia.
Fue la mejor escuela. Y también recuerdo cuando mi padre me llevó a la biblioteca de Belgrano por primera vez. Había una habitación con libros de cuentos para niños... Ahí estaban también los de Andersen, los de Perrault... No lo podía creer. Recorrer las tapas con los ojos sorprendidos y la boca que no podía cerrar de pura sorpresa. “Ya no es necesario jugar”, me dije, con un libro de ésos bastaba y sobraba para pasarla bien, gozar, jugar con los personajes y, principalmente, soñar. Esos libros me hicieron aprender a soñar. Sí, y lo dicen los hermanos Grimm en el prólogo de su libro en los Cuentos para niños: “Toda poesía legítima tiene valor cuando demuestra que no puede ser sin estar relacionada con la vida. Porque ella se ha originado en esa vida y regresa de nuevo hacia ella. Como las nubes hacia su lugar de nacimiento luego de que han regado la tierra”.
Así de profundos eran. Como en su búsqueda de los cuentos infantiles. Se basaron en todas las leyendas que contaban las abuelitas en los lugares más alejados. Querían salvar así una tradición que podría perderse con el tiempo. Y ahí quedaron. Hace doscientos años, en 1812, apareció la primera edición de sus Cuentos para niños y salieron 900 ejemplares a la luz. Mientras tanto se han traducido a 170 idiomas y es sin duda uno de los libros más editados en la historia del ser humano.
Los hermanos Grimm nacieron en 1785 y 1786 en Hanau, una pequeña ciudad en el estado de Hesse, en Alemania. Y son autores también del primer diccionario de esa lengua.
En su ciudad natal se levanta un artístico monumento a la memoria de ellos en la plaza central. Feliz una ciudad que tiene un monumento nada menos que a los autores de un libro de cuentos para niños y no a un hombre con armas o a alguien que usó del poder para llegar a la fama. Un ejemplo para aprender. Porque además, como reconocimiento a quienes nos trajeron desde chicos personajes para soñar, divertirnos o aprender, se ha diseñado en este país un circuito verdaderamente extraordinario: “La ruta de los cuentos alemanes”. Se parte desde Bremen, donde en el centro de la ciudad se representan cuentos de esos autores. De allí a las ruinas del castillo de Everstein, donde se representa el cuento La Cenicienta. Y de allí se pasa por doce lugares escenarios de esos relatos, donde se van representando los más conocidos cuentos de los hermanos Grimm. Hasta llegar a Hanau, su lugar de nacimiento, donde se termina con un festival del cuento infantil.
Mismo en la ciudad de Hanau se proyecta construir un museo llamado El mundo de los hermanos Grimm, en el cual se expondrán todos los ecos mundiales que tuvieron sus cuentos, los dibujos en interpretaciones distintas de sus personajes, los iconos, estatuillas, las diversas ediciones mundiales de sus libros. Va a ser un centro verdadero, además, de la literatura infantil y de todos sus progresos y distintas direcciones artísticas que tomaron sus personajes desde que fueron creados.
–Buenos días, Caperucita Roja –la saludó el Lobo.
–Muchas gracias, Lobo.
–¿A dónde va, tan temprano ya afuera, Caperucita?
–Voy a visitar a mi abuelita.
–¿Qué llevas debajo del delantal?
–Torta y vino, ayer nosotras amasamos y ahora tengo que llevárselos a la abuela enferma y débil para que se mejore y se ponga fuerte...
Así comienza el diálogo entre Caperucita y el Lobo que terminará cuando el Lobo le responde a la pregunta de ella: “¿Por qué tienes una boca tan grande?”, nada menos que con estas palabras: “Para comerte mejor”.
Pero en todos los cuentos de los Grimm triunfarán finalmente siempre los más débiles y los más inocentes, dejándonos una moraleja.
En nuestro recuerdo van desfilando. La Cenicienta, El Sastrecillo valiente, El Gato con botas, Hänsel y Gretel, La Bella durmiente, Blancanieves y los siete enanitos, La zorra y los gansos... y tantos otros.
Günther Grass, el Premio Nobel de Literatura, ha escrito un libro inolvidable, pleno de cariño y admiración. Se llama Las palabras de los Grimm, y lleva este subtítulo: “Una declaración de amor”. Y termina su libro describiendo la Alemania derrotada después de 1945. Todo es destrozo y ruina, dolor, el resultado de la estupidez humana que nada ha aprendido a pesar de sus experiencias, guerras perdidas, millones de jóvenes muertos, madres desoladas, niños que nos miran. Un paseo final que pueden dar un siglo y medio después esos dos sabios hombres llamados los hermanos Grimm. Con sus cuentos infantiles y sus metáforas bien escondidas pero siempre presentes. Hubiera sido por demás mordaz si en ese escenario se hubiesen encontrado los hermanos Grimm con el filósofo Kant, llevando éste en sus manos un ensayo sobre “La Paz eterna”. Y después de ello decidieran hacer una visita de consulta a Freud.
Y volvemos a remarcar los cuentos infantiles. Ahí están las semillas de las ilusiones y de la curiosidad. Para que crezca una planta bien verde y de coloridas flores. Escuelas con los nombres de los hermanos Grimm y sus personajes. Caminos para entrar en los sueños. Pensar más en los niños, en el futuro. Blancanieves nos espera, Caperucita Roja nos trae ilusiones, Pulgarcito nos muestra sonriente los lados de la bondad y el participar, el Gato con botas no se hace ya el mandón sino que recorta pedacitos de pan para las lauchitas, la Bella durmiente nos habla de lo que puede significar el amor eterno.
Soñar, por lo menos, los domingos al atardecer.




CONTRATAPA: NOTAS DE PARÍS
IRMA BIGNON
(Santa Fe-Santa Fe-Argentina)

SIGUIENDO LA RUTA DE LA LAVANDA

      Del mes de junio hasta principios de agosto, desde el Macizo de Vercors en los Pre-Alpes franceses hasta el río Verdon afluente del Durance, la región de tierra calcárea se cubre con un manto de color azul malva que despide un delicioso aroma. Son los campos de lavanda que están en flor, zona clasificada por los franceses como “Estación Azul”, que presenta una colección de cien variedades distinta de flores. El cielo profundo del Mediterráneo recibe el eco de estos campos, cuya floración no dura más que 60 días al año. La ocasión se presta para admirar el espléndido paisaje y también para ir al encuentro de una cultura.

      La fina lavanda crecía naturalmente antes de ser cultivada. Pero he aquí que ya los romanos la descubren y la utilizan para perfumar los baños públicos. Luego, la Edad media la utiliza por sus virtudes olfativas y medicinales.

      La moda de los perfumes fue introducida en Francia en el siglo XVI por la reina Catalina de Médicis.

      En el siglo XVIII, la ciudad de Grasse situada  en los Alpes Marítimos, crea un importante centro de perfumería alimentado por las culturas florales de la región.

      Pero es recién en la segunda mitad del siglo XIX cuando se aprovechan todas las virtudes de la flor. No solamente se fabrican perfumes sino también jabones y talcos. Una parte se deja secar para rellenar los sachets perfumando la lencería fina que se guarda en los roperos.

      La lavanda es utilizada también por sus virtudes medicinales, antisépticas y bactericidas que cumplen la función de calmar las picaduras de ciertos insectos.

      La destilación de las esencias se hace hoy en la fábrica  de la ciudad de Grasse, que es uno de los mayores centros de perfumes de Francia.

      En esta industria, se calculan más de 2000 operarios entre cultivadores, productores, empresarios, artesanos que producen el licor que baña los bombones de chocolate y los expertos que elaboran los perfumes que son los más delicados del mundo.
    
       Siguiendo  la  ruta  de  la  lavanda, aparecen aldeas y ciudades colgadas, a 640 m. de altura, cada una con su historia y su arte.

      La aldea de Sault, situada en el departamento de Vaucluse es uno de los lugares destacados de la lavanda. Aún se conservan las altas muralla del viejo castillo y la Iglesia de la Transfiguración, siglos XII y XIII. El campo de lavanda presenta una colección de cien variedades distintas de plantas.

      En Valensole, Riez es una ciudad romana fundada por Augusto.Cuatro columnas de granito fechadas en el 1er siglo pertenecen a un templo probablemente dedicado a Apolo. La catedral actual (siglo XV, restaurada en siglo XIX) conserva en sus muros telas de artistas de la región. La meseta hace su aparición con sus lavandas y sus almendros coloreando la aldea custodiada por el azul del cielo.

      En medio de los Altos Alpes, en un lugar llamado Forcalquier, rodeado de lavandas y de robles, se encuentra Simiane-La-Rotonde. En esta ciudad se pueden admirar la Torre del antiguo Alcázar de los Simiane-Agoult, mansiones particulares de los siglos XVI y XVIII, antiguos pasajes cubiertos, la Iglesia Santa Victoria del siglo XVI, jardines y terrazas dispuestas sobre muy viejas casas hundidas. Toda la ciudad se extiende en lo alto. Abajo un campo de lavandas la protege. Relatado por Jean Giono oriundo de la región, ese departamento es uno de los más extensos de Francia, con sus dos parques naturales, El Verdon y el Mercantour. Posee testimonios culturales desde la prehistoria.

      La ruta de la lavanda también atraviesa el Buëch, torrente de los Alpes del Sur que se arroja  para unirse con el río Durance. En medio de los campos cultivados, la ciudad de Ceillac luce su iglesia Santa Cecilia - siglos XIV y XV - con su espléndido campanario de cinco campanas, su calvario adornado con un Cristo tallado en madera y sus muros cubiertos de magníficos frescos.

      Una de las ciudades más bellas es Coaraze, de puro estilo medieval. Se la llama la ciudad del sol. Colgada a 640 m. de altura, su iglesia siglo XIV, sus viejas callejas, sus pasajes abovedados, los distintos cuadrantes solares que adornan la fachada del Palacio del Municipio, se agrega el Museo Figas consagrado a los diversos aspectos de la obra del grabador y pintor fantástico futurista Marcel-Pierre-Jean Figasso llamado Figas, nacido en Niza el 9 de agosto de 1935. El Museo está edificado por el mismo artista según sus planos.  
     
      Entre mar y cielo, al borde de las gargantas vertiginosas del río Verdon, tierra de luz, célebre por su clima, cuya historia y tradiciones han anclado en el patrimonio de la cultura universal, se encuentran las “estaciones azules”, a los pies de las ciudades colgadas de las montañas, plenas de arte e historia que han encantado a los artistas, inspirando el buen gusto de los grandes pintores como Van Gogh, Cézanne, Chabaud, Seyssaud, Dufy, Ziem…



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